lunes, 23 de febrero de 2015

LOS QUE NO TIENEN ESPERANZA.


Frecuentemente me visitan o encuentro personas que afirman que han perdido toda esperanza, sin conocer que la mayor parte de estos casos tienen solución. Algunas de estas personas referidas, aún les quedan esperanzas, aunque sean pocas. En medio del desaliento y las frustraciones, brilla todavía un rayo de luz. Por tal motivo me visitan. No han perdido del todo la Fe y esperan que quizás con una orientación puedan encontrar alivio.
Es posible que estos seres tengan problemas económicos, hijos que alimentar, estén desempleados, enfermos abandonados. Y se encuentren al borde de la desesperación y de la crisis nerviosa. Les sugiero que no deben aceptar que su situación es difícil o grave, y que no se resignen, porque eso significaría darse por vencidos. Y en cambio con serenidad piense que van a actuar. Sé que es difícil para una persona en tales condiciones tener paz y sosiego, les digo que no les queda otra alternativa. Sin embargo, prosigo, esta calma y paciencia debe ir seguida de dos acompañantes poderosos: Oración y Acción. Cuando oras y meditas en estado de quietud y relajación física y mental, te pones en contacto con tu YO SUPERIOR, que es la morada de Dios y con tu actividad hallarás pronto alivio.

LOGRANDO LO QUE PARECE IMPOSIBLE

Muchos casos que se consideran sin esperanza son solucionables, si captas las Energías Cósmicas Positivas. Que también son transmitidas por personas preparadas y de vida correcta, que tienen Amor por sus semejantes y gran Fe en el Poder Supremo. Por lo cual tienen Energía Psicocósmica para fortalecer el Aura de otros. He tenido conocimiento de enfermos graves, personas abandonadas por sus familiares, fracasados económicamente, recuperarse y lograr aquello que parecía imposible que pudieran disfrutar de nuevo. Gracias a Dios he contribuido a que muchos consigan lo que parecía increíble de lograr.

Ahora bien, existen otros casos más dramáticos, de seres que pudiera decirse, que sí han perdido toda esperanza. Porque ni ellos ni otros ven ninguna solución a sus males. Por ejemplo, un moribundo que ha sido desahuciado, inválidos que no pueden valerse por sí mismos; personas que han perdido a un ser querido y están en el límite de la locura; gentes que no encuentran compañía sentimental debido a un grave defecto físico. Qué hacer en estos casos? He ayudado a algunas personas y sé que otros también han dado su ayuda. Los mismos pacientes han logrado un ¨milagro¨, pues han podido aliviar sus sufrimientos; algunos moribundos se han recuperado. Una manera de ayudarlos es orar y meditar por ellos. Pidiéndole a Dios que tengan paz en su espíritu, serenidad y tranquilidad. Asimismo, hacerles compañía si ello fuera posible, ayudarles en algo que necesiten, etc. Hablarles del Amor Divino, de la protección de Dios, es darles un poco de esperanza.

PENSAMIENTOS DE FE Y ESPERANZA.

Ante estos casos, es conveniente alejar de la mente pensamientos de temor, tristeza, enfermedad y muerte. En cambio pensar y hablar sobre el Amor, la Fe, la Esperanza, la Saluz, Paz y la Vida. Estos pensamientos ayudarían a dar alivio al alma atribulada y a tener una Esperanza en esta vida y en la vida del ¨Más allá¨.
DIOS DEBE ESTAR SIEMPRE EN EL PRIMER PLANO DE TU VIDA.
JOSE FARID.

SUAVE ESPERANZA, DERRAMA SOBRE MÍ
TU ETÉREO BÁLSAMO
Y TUS ALAS DE PLATA
SOBRE MI FRENTE AGITA!
JHON KEATS.

LAS TRES VERDADES.


Todos los que hemos vivido buscando la verdad, nos hemos encontrado en el camino con muchas ideas que nos sedujeron y habitaron entre nosotros con la fuerza suficiente como para condicionar nuestro sistema de creencias.
Sin embargo, pasado un tiempo, muchas de las verdades terminaban siendo descartadas porque no soportaban nuestros cuestionamientos internos, o porque una ¨nueva verdad¨, incompatible con aquéllas, competía en nosotros por los mismos espacios. O simplemente porque estas verdades dejaban de serlo.
En cualquier caso, aquellos conceptos que habíamos tenido como referentes dejaban de ser tales y nos encontrábamos, de pronto, a la deriva. Dueños del timón de nuestro barco y conscientes de nuestras posibilidades, pero incapaces de trazar un rumbo confiable.
Mientras escribo esto, recuerdo de pronto El principito de Antoine de Saint-Exupéry:

¨En sus viajes por los pequeños planetas de su galaxia se encontró con un geógrafo que anotaba, en un gran libro de registro, montañas, ríos y estrellas.

El principito quiso registrar su flor (aquella que había dejado en su planeta), pero el geógrafo le dijo:

_No registramos flores, porque no se pueden tomar como referencia las cosas efímeras.

Y el geógrafo le explicó al principito que efímero quiere decir amenazado de pronta desaparición.

Cuando el principito escuchó esto, se entristeció mucho. Se había dado cuenta de que su rosa era efímera...¨.

Y entonces me preguntó, por un lado: ¿Existirán las verdades sólidas como rocas e imperturbables como accidentes geográficos? ¿O será la verdad sólo un concepto que lleva en sí mismo la esencia de lo transitorio y frágil de las flores? Y, por otro lado, desde una perspectiva macrocósmica:

¿Es que acaso las montañas, los ríos y las estrellas no están también amenazados de pronta desaparición?

¿Cuánto es ¨pronto¨comparado con ¨siguiente¨?

¿No son, desde esta mirada, las montañas también efímeras...?

Creo que lo que me gustaría hoy es intentar escribir sobre algunas ideas-montaña, ideas-río, ideas- estrella con las que me ido cruzando en mi camino.
Algunas verdades que seguramente son cuestionables para otros, lo serán también para mí algún día. Pero hoy contienen, me parece, la solidez y la confiabilidad que da la indiscutible mirada del sentido común.

  1. El primero de estos pensamientos confiables forma parte inseparable de la filosofía guestáltica y es la idea de saber que.

Lo que es, es.

(Escribo esto y pienso en la desilusión de quien me lee:
¨¡Lo que es, es...! ¿Esa es la verdad? ¨.)

El concepto, no por obvio menos ignorado, contiene en sí mismo tres implicaciones que me parece significativo remarcar; saber que ¨lo que es, es¨ implica la aceptación de que los hechos, las cosas, las situaciones son como son.

La realidad no es como a mí me convendría que fuera.
No es como debería ser.
No es como me dijeron que iba a ser.
No es como fue.
No es como será mañana.
La realidad de mi afuera es como es.

Pacientes y alumnos que me escuchan repetir este concepto se empeñan en ver en él un deje de resignación, de postura lapidaria, de bajar la guardia.
Me parece útil recordar que el cambio sólo puede producirse cuando somos conscientes de la situación presente. ¿Cómo podríamos diagramar nuestra ruta a Nueva York sin saber en qué punto del universo nos encontramos?

Sólo puedo iniciar mi camino desde mi punto de partida, y esto es aceptar que las cosas son como son.

La segunda derivación directamente relacionada con esta idea es que.

Yo soy quien soy.

Otra vez:

Yo no soy quien quisiera ser.
No soy el que debería ser.
No soy el que mi mamá quería que fuese.
Ni siquiera soy el que fuí.
Yo soy quien soy.

De paso, para mí, toda nuestra patología psicología proviene de la negación de esa frase.
Todas nuestras neurosis empiezan cuando tratamos de ser quienes no somos.

En déjame que te cuente... escribí sobre el autorrechazo:

...Todo empezó aquel día gris en que dejaste de decir orgulloso

YO SOY...

Y entre avergonzado y temeroso.
Bajaste la cabeza y cambiaste.
Tus palabras y actitudes.
Por un terrible pensamiento:

YO DEBERÍA SER...

...Y si es difícil aceptar que yo soy quien soy, cuánto más difícil no es, a veces, aceptar la tercera derivación del concepto ¨lo que es, es¨:

Tú...eres quien eres.

Es decir:

Tú no eres quien yo necesito que seas.
Tú no eres el que fuiste.
Tú no eres como a mí me conviene.
Tú no eres como yo quiero.
Tú eres como eres.

Aceptar eso es respetarte y no pedirte que cambies.
Hace poco empecé a definir el verdadero amor como la dessinteresada tarea de crear espacio para que el otro sea quien es.

Esta primera ¨verdad¨ es el principio (en sus dos sentidos, de primero y de primordial) de toda relación adulta.
Se materializa cuando yo te acepto como tú eres y percibo que tú también me aceptas como yo soy.

La segunda verdad que creo imprescindible la tomo de la sabiduría sufí:


NADA QUE SEA BUENO
ES GRATIS.

Y de aquí se derivan, para mí, por lo menos dos ideas.

LA PRIMERA: si deseo algo que es bueno para mí, debería saber que voy a pagar un precio por ello. Por supuesto, ese pago no siempre es en dinero (si fuera sólo en dinero, ¡sería tan fácil!). Este precio es a veces alto y otras muy pequeño, pero siempre existe. Porque nada que sea bueno es gratis.

LA SEGUNDA: darme cuenta de que si algo recibo de fuera, si algo bueno me está pasando, si vivo situaciones de placer y de goce es porque me las he ganado. He pagado por ellas, me las merezco. (Sólo para alertar a los pesimistas y desalentar a los aprovechados, quiero aclarar que los pagos son siempre por anticipado: lo bueno que vivo ya lo he pagado. ¡No hay cuotas a plazos!)

Algunos de los que me escuchan decir esto preguntan:

¿Y lo malo?
¿No es cierto que lo malo tampoco es gratis?
Si me pasa algo malo, ¿es también por algo que hice?
¿Porque de alguna forma me lo merezco?

Quizá sea cierto. Sin embargo, estoy hablando de verdades para mí incuestionables, sin excepciones, universales. Y para mí la aseveración de que ¨me merezco todo lo que me pasa incluido lo malo¨no es necesariamente cierta.
Puedo asegurar que conozco algunas personas a las que les han acontecido hechos desgraciados y dolorosos que, sin duda alguna, ¡no merecían!

Incorporar esta verdsd (nada que sea bueno es gratis) es abandonar para siempre la idea infantil de que alguien debe darme algo porque sí, porque yo lo quiero. Que la vida tiene que procurarme lo que deseo ¨sólo porque lo deseo¨, de pura suerte, mágicamente.

III.Y la tercera idea que creo que es un punto de referencia podría enunciarla de la siguiente manera:

Es cierto que nadie puede hacer todo lo que quiere, pero cualquiera puede NO HACER NUNCA LO QUE NO QUIERE.

Me repito a mí mismo:

NUNCA HACER LO QUE
NO QUIERO.

Incorporar este concepto como una referencia real, es decir, vivir coherentemente con esta idea, no es fácil. Y sobre todo no es gratis. (Nada que sea bueno lo es, y esto es bueno).
Estoy diciendo que si soy un adulto, nadie puede obligarme a hacer lo que no quiero hacer. Lo máximo que puede pasarme, en todo caso, es que el precio sea mi vida. (No es que yo minimice ese coste, pero sigo pensando que es diferente creer que no puedo hacerlo, a saber que hacerlo me costaría la vida).
Sin embargo, en lo cotidiano, en el pasar de todos los días, los precios son mucho más bajos. En general, lo único que es necesario es incorporar la capacidad de renunciar a que algunos de los demás me aprueben, me aplaudan, me quieran. (El coste, como a mí me gusta llamarlo, es que cuando uno se atreve a decir ¨NO¨ empieza a descubrir algunos aspectos desconocidos de sus amigos: la nuca, la espalda y todas esas otras partes que se ven sólo cuando el otro se va).

Estas tres verdades son para mí IDEAS-MONTAÑA, IDEAS-RÍO IDEAS-ESTRELLA.
Verdades que continúan siendo ciertas a través del tiempo y de las circunstancias.
Conceptos que no son relativos a determinados momentos, sino a todos y cada uno de los instantes que, sumados, solemos llamar ¨NUESTRA VIDA¨.

  • VERDADES-MONTAÑA para poder construir nuestra casa sobre base sólida.
  • VERDADES-RÍO para poder calmar nuestra sed y para navegar sobre ellas en la BÚSQUEDA de nuevos HORIZONTES.
  • VERDADES-ESTRELLA para poder servirnos de guía, aún en nuestras noches MÁS OSCURAS...

JORGE BUCAY

EL SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.


CAPÍTULO VII

se le cerraban los ojos y dejaba caer la cabeza hacia un lado. -¡Paolo!
Estaba muy serio. La madre le estaba dando un baño con agua no muy caliente y lo preparaba para pasar la tarde.
-¡Paolo!
Violeta miraba fijamente a su hijo, estudiaba su cara.
-¡Umberto! ¡Umberto! ¡Ven, al niño le pasa algo!
El padre escuchó la parte final de la frase con la voz ahogada.
-A este niño le pasa algo-volvió a repetir la madre angustiada.
Lo observaron,Paolo tenía solo nueve meses, pero ya conocían perfectamente su estar, sus reacciones y,efectivamente, aquello era muy extraño. Se le volvió a descolgar la cabeza.
-¡Paolo!,¡Paolo!¡Nooo!¡Diooos!,¡nooo!¡Despierta,por favor,despierta!-suplicaba sacudiendo al hijo,que parecía perder el conocimiento-.¡Umberto,la toalla,el albornoz,rápido,hay que llevar al niño a un hospital!
En unos segundos estaba fuera de la pequeña bañera,seco y envuelto. Umberto,con zancadas decididas se dirigió al dormitorio a coger la cartera que estaba sobre la mesita de noche. La tomó, la miró en la palma de la mano,el rectángulo negro le fijó los ojos. Solo negro,la mente hipnotizada, el cuerpo se le fue aflojando, perdía las fuerzas. Se sentó sobre la cama y bajó la cabeza recogiéndose sobre sí mismo. Se escuchó un gemido. El dolor le salía de dentro y aquel pedazo de hombre se vio inundado por un mar de lágrimas que le empañaban las gafas y corrían mejillas abajo, la boca desmesuradamente abierta, el rostro enrojecido, inmóvil.
Violeta entró en la habitación con el niño en brazos.
-¡Umberto!
Ella comprendió rápidamente la situación. Se acercó a él y le habló despacio, bajando la voz mientras se sentaba a su lado.
-Venga, vamos, no podemos, ahora no,-Ella apoyó la cabeza en el hombro de él.
A pesar de lo que su cuerpo le pedía era salir corriendo tuvo unos segundos también para recomponerlo. Le dió un sitio en aquel momento de urgencia. Así era Violeta.
Umberto reaccionó. Medio abatido la siguió, ella marcaba la pauta.
Lucharon por que el pequeño Paolo permaneciera despierto. El niño ya apenas reaccionaba. Parecía que se le iba la vida,
Por fin dormia agotado, en los brazos de su madre.
-¿Lloró mucho el primer día cuando lo dejaron en la guardería?
-Sí, parece ser que un poco después de irnos-contestó Violeta.
El pediatra seguía con sus anotaciones.
Habían recorrido todas las guarderías hasta encontrar una que les pareció la más adecuada, con todos los medios materiales imaginables. Todos los posibles peligros estaban contemplados y se les había puesto solución. También era la más cara, con diferencia, pero eso no importaba si Paolo estaba bien atendido.
-¿El segundo día lloró también?
-No, pero ya su actitud hacia nosotros era distinta.
-¿Este niño es tan serio siempre?
-No, a eso me refería, estaba muy serio, evitaba nuestra mirada, no nos sonreía como siempre, pensamos que era su forma de mostrarnos su enfado por haberlo dejado allí.
-Señora, que le niño tiene solo nueve meses...
-No importa, nos entendemos perfectamente.
-Señora... -el médico mostraba una sonrisa irónica sin levantar la vista del papel-, un bebé lo único que quiere es estar al lado de alguien. La quiere a usted porque es la que le da de comer.
-No dudo de que sea así al principio, pero ya no.
El médico levantó la cabeza y se le quedó mirando. Violeta también lo miraba a los ojos, ya estaba tranquila. Después de unos segundos supoque aquella mujer tenía las ideas muy claras, desvió la vista hacia el pequeño que, hasta dormido, mantenía el gesto serio. Mientras tanto, Umberto había sacado una pequeña foto de la cartera que poco antes le había visto desmoronarse. La entregó al médico.
-Además de risueño, con cara de satisfacción -dijo mientras observaba aquella imagen, contagiándose de las sensaciones que le trasmitía-.Un niño feliz -concluyó-. Verán, no sé lo que ha pasado, físicamente su hijo no tiene en su cuerpo la más mínima señal, pero lo han podido dejar llorando sin prestarle la debida atención, no sé, es imposible saberlo si los que han estado con él no nos informan, y el suyo parece que, además, es algo especial.
-El médico enfatizaba la palabra ¨especial¨y volvía a la sonrisa que a ojos de Violeta mostraba el desacuerdo con ella.
¨Todas las madres pensáis que vuestro hijo es especial¨.
¨Usted será médico, pero a mi hijo no lo conoce nadie mejor que yo¨.
-También ocurre que cada niño reacciona de una forma distinta cuando va por primera vez a la guardería. Con frecuencia, los padres aprovechan que el pequeño ha quedado algo distraído para marcharse -Violeta y Umberto se miraron-, hay que decirle al niño que se va a quedar allí y que después volverán a recogerlo. PERO NO IRSE A ESCONDIDAS. -El pediatra permaneció callado por unos segundos, parecía esperar una respuesta.
¨¿Cómo lo dejaron en la guardería?¨.
-Bueno, nosotros vimos que andaba de la mano de una de las asistentas mirando, observándolo todo, como él suele hacer, nos hicieron una señal para que nos marcháramos, todo estaba perfectamente..., lo había aceptado bien..., y nos fuimos.
¿Pero no me ha dicho antes que ustedes y él se entienden perfectamente?
Hay especialistas que te las guardan si no estás de acuerdo con ellos, y este parecía ser uno de esos.
-¿Por qué no le dijo que volvía a por él en un rato? Mirándolo a los ojos, sonriéndole, que él percibiera que no pasaba nada.
Se volvieron a mirar, recapacitaban. El pediatra, como mínimo, en aquello iba a tener razón. Puestas las cosas en su sitio, custión importante para aquel hombre, su actitud mejoró.
-No quiero decir que ese sea el motivo, solo digo QUE A UN NIÑO PEQUEÑO, SI HAY QUE LLEVARLO A LA GUARDERÍA, LA MEJOR SERÁ DONDE LE DEN CARIÑO, Y POR SUPUESTO, QUE NUNCA SE SIENTA ABANDONADO POR SUS PADRES.
Podía ser eso, perfectamente podía ser eso, que se hubiera sentido abandonado. Nada más de pensarlo se les hacía un nudo en la garganta.

Paolo había quedado completamente agotado física y mentalmente. Costó mucho trabajo conseguir que aquel niño volviera a ser el que era, de hecho nunca volvió a ser el mismo. Su estar natural se volvió serio y, pronto, sin darse cuenta, se refirieron a él como ¨el pequeño Di Rossi¨, por el apellido, recogiendo así aquel gesto seco, callado y reservado que desde entonces tuvo su hijo. Aunque él nunca se quejó, no le gustaba, la expresión contenía la palabra ¨pequeño¨, como ya se veía cuando se comparaba con los niños de su edad.

ANTONIO BUSTOS BAENA.

viernes, 20 de febrero de 2015

EL DESTETE.


El cambio de la leche materna a otro tipo de alimentación no tiene fecha fija, ya que depende de múltiples factores; el bebé (que no desea tomar el pecho o éste ¨no le llena¨ tanto) o la madre (que atiende a actividades laborales, o por comodidad o enfermedad). Eso sí, es suficiente amamantar dos veces por día (por ejemplo, en el caso de actividad laboral durante la mañana y por la noche) para mantener la secreción de leche en la mama, aun cuando se trate de condiciones mínimas. De esta manera se conseguirán las ventajas de la lactancia materna, aunque ello no ocurra en toda su extensión.
En cualquier caso, el destete debe ser siempre un proceso lento, nunca brusco. Debe ser realizado de forma progresiva para evitar alteraciones digestivas e incluso emociones en el bebé. Cuando se toma esta decisión, lo normal es sustituir cada día una de las tomas por el biberón, de tal manera que, a lo sumo, en quince días se habrá finalizado el destete. Tal como aconsejamos en el apartado de remedios referido al destete, la primera toma que conviene sustituir es la última de la tarde (no la de la noche); luego, la de media tarde, y así sucesivamente. De esta manera, la reducción de leche en las mamas también será progresiva.

Es fundamental considerar que, cuando se sustituyen las tomas por el biberón, sea la propia madre la que proporcione el nuevo alimento al bebé para que su adaptación resulte más cómoda y note ¨menos cambios¨.

Hay ocasiones en las que es preciso retrasar el destete, como en el caso de los niños prematuros (debe alimentárseles con leche materna el mayor tiempo posible, dentro de la normalidad); o cuando el bebé está enfermo (la leche materna le aporta gran cantidad de anticuerpos que facilitan la labor de sus propias defensas); o si le están apareciendo los primeros dientes (la succión del pezón ayuda a que salgan antes las piezas dentarias, calmando las molestias).

TXUMARI ALFARO
PEDRO RAMOS

HOSPITALES.


Casi todos, salvo extrañas excepciones, compartimos el mismo sentimiento hacia los hospitales, en cualesquiera de sus especialidades, ya sean hospitales generales, geriátricos, psiquiátricos o especializados en cualquier otra área de la medicina. Nos producen una mezcla de rechazo y temor, por lo que implica: enfermedad, dolor, tratamiento e, incluso, muerte. Ir a un hospital significa casi siempre, bien que nos falla la salud, bien que algún familiar, amigo o allegado se encuentra en las mismas circunstancias.

Sin embargo, todos nosotros hemos estado en alguna ocasión en un hospital, como visitantes o enfermos, y todos desearíamos no haber pasado por la experiencia, especialmente si es nuestra propia enfermedad la responsable.

Un centro hospitalario es uno de esos lugares donde nuestro buen comportamiento y buenos modos serán fundamentales, como muestra de respeto al simbolismo del lugar y a los pacientes que habitan momentáneamente o de forma definitiva en él.

En primer lugar, si vamos de visita, al hospital, debemos conocer y cumplir los horarios de visita, por estrictos e inflexibles que nos parezcan. Si existe un horario determinado no es por antojo de quienes dirigen el hospital, o del equipo médico que trabaja para él. Debemos respetar el descanso y la paz que cada enfermo necesita, y que se regula estableciendo estos horarios. En situaciones de gravedad extrema, de personas que padecen una enfermedad terminal o que repentinamente enferman gravemente, es posible que lios celadores y personal de administración nos permitan hacer yna excepción en cuanto a horas se refiere, pero sólo en estos casos se pasarán por alto las horas de visita, con una autorización expresa.

La comida de los hospitales no goza de muy buena fama. No es que se sirva a los enfermos alimentos de poca calidad, normalmente la comida es poco apetitosa porque el tipo de cocina es industrial, si el centro es grande, o en el caso de los hospitales públicos, porque no se destinan grandes partidas de dinero a esta causa. Los enfermos, además de soportar su enfermedad y el hecho de estar ingresados, se ven obligados a adaptarse a los menús hospitalarios. Conscientes de ello, los familiares y amigos pueden querer alegrar el día al enfermo llevándole comida casera. Bien, si no está permitido llevar comida habrá que cumplir esta norma, por pena que nos dé el gran esfuerzio que para el enfermo suponga comer la comida del centro.

Es muy probable que la persona a la que vamos a visitar comparta habitación. Debemos respetar la tranquilidad de ese compañero de habitación, su descanso y el silencio que puede reclamar en un momento determinado. No hable alto en el hospital, por esta razón y porque el resto de las personas ingresadas no tienen por qué ver interrumpida su calma.

Hay otra serie de normas que deberá cumplir, como no fumar, prohibición que estará debidamente señalizada. No obstante, aunque en el momento en que le apetezca encender un cigarrillo no vea un cartel de prohibición expresa de fumar, no justifique el acto en ello; de todos es sabido que en los hospitales, salvo en recintos específicos como el bar o cafetería, no está permitido.

Sepa que el silencio debe mantenerse no sólo en las habitaciones, sino también en los pasillos. No utilice éstos como área de descanso, ni para mantener conversaciones con otras personas, sino como un lugar de acceso a las distintas plantas y dependencias.

Además de las buenas maneras que requiere la simple estancia en un hospital, también deberá mostrar otro tipo de consideraciones con el enfermo. Uno no debe personarse en un hospital para visitar a un familiar o amigo y aprovechar la visita para hablar de su vida, problemas, sin dejar que el enfermo intervenga en la conversación. Más bien su papel deberá ser el de perfecto receptor de los avatares del enfermo, que querrá desahogar los problemas consecuentes de su situación. Escúchele cuando le relate su estado de ánimo, cómo se encuentra, la marcha de la operación a la que se ha sometido o cualquier otro dato que quiera aportarle. No significa que no pueda hablar de sus cosas, probablemente el enfermo también se interese por su vida personal, pero recuerde que el protagonista es él y que usted más bien debe permanecer a sus expensas.

No debe interrumpir el relato de la persona a la que esté visitando, aun en el caso de que no sea la primera vez que le escuche y conozca de sobra los detalles. Para alguien que está ingresado en un centro hospitalario o una clínica, no existe nada al margen de su propia enfermedad, sus sensaciones en esos días de convalecencia, que por otro lado son lo suficientemente importantes como para convertirse en el único tema de conversación tratado a lo largo de su estancia en el lugar.

En los casos de enfermedades graves o enfermos terminales nuestra sensibilidad será mucho mayor. Resulta extremadamente difícil enfrentarse a una persona enferma de muerte, que además es consciente de su gravedad, y no herir sus sentimientos o simplemente servirle de desahogo, que en última instancia debe ser el objetivo de nuestra visita. Escoja temas de conversación que le distraigan, que le evadan de su realidad y no acentúen su pena y preocupación. Esto no significa que se sirva de frases hechas e inútiles, como ¨no te preocupes que no pasa nada¨ o ¨conozco un caso parecido de un enfermo que al final...¨. No diga cosas como éstas. La persona puede estar enferma, pero lo que ha perdido es la salud no el resto de sus facultades, y sabe de sobra en qué tesitura se encuentra. No le trate como a una víctima.

Si se da el caso contrario, alguien que no es consciente de su gravedad e incluso de su verdadera enfermedad, y usted no es el responsable de informarle de su situación, contribuya a su ignorancia, independientemente de cuál sea su opinión al respecto. Quien haya decidido esta cuestión tendrá sus razones para ello, sea un familiar o el propio médico, y su papel únicamente consiste en alegrar la vida y la estancia del enfermo en el centro.

Si quiere llevar un regalo a la persona a la que va a visitar, tenga muy en cuenta las posibles prohibiciones que el médico haya podido imponer al enfermo. Averigüe de antemano sí el paciente está a dieta, no puede comer dulces o no puede ver televisión. Elija el regalo en consonancia con esas posibles prohibiciones, porque no sería un buen detalle regalar una caja de bombones a un paciente a dieta de azúcares, o una película de vídeo a un enfermo de cataratas. Si lleva un ramo de flores, ocúpese usted mismo de sacarlas de la habitación por la noche y colocarlas en el cuarto de baño, con el fin de que la respiración nocturna del paciente o pacientes, si el cuarto es compartido, no se vea afectada.

Si tiene que hablar con cualquier miembro del equipo médico, ya sea el doctor o la enfermera, diríjase a ellos con respeto. Los médicos son objeto de una queja generalizada en los hospitales, ya que no dedican al paciente el tiempo que a éste le gustaría. No es culpa suya; si hay una labor que puede realizar la enfermera, como llevar una medicación a la habitación, poner una inyección o cambiar una sonda, es lógico que sea ella quien lo haga, en beneficio de otros pacientes. Por eso, aunque el paciente pierda los nervios en algún momento, no se deje contagiar por su angustia ni trate al médico como si fuera el responsable de su enfermedad o estuviera contribuyendo a que agravase. Háblele con el respeto y educación que merece cualquier persona .

Bien, ha llegado el momento de ponernos en la piel del paciente. En el caso de las buenas maneras que debe guardar, si es usted el que habita en esa fría habitación, guarida de sus preocupaciones. Siempre que su salud se lo permita deberá guardar una higiene mínima. Incluso si usted no está capacitado para asearse solo, puede pedir a la enfermera o a quien corresponda que le ayude.

Si en la habitación hay un aparato de televisor gratuito, intente no decidir por su cuenta y riesgo la programación, si es que comparte habitación con otra persona. En este caso deberá llegar a un consenso con su compañero sobre la cadena que sintonicen y ceder a un cincuenta por ciento.

Intente no mantener la luz encendida hasta altas horas de la madrugada, impidiendo el descanso a su compañero, ni la televisión o la radio. Modere asimismo el tono de su voz si su compañero de habitación duerme. Si tiene la suerte de recibir vista mientras su compañero permanece solo, no estará de más que le haga partícipe de la conversación y le ingrese en la misma, siempre y cuando el tema no sea íntimo y personal. Si habla con quien le haya visitado de temas privados, no eleve demasiado el tono de la voz.

La última posibilidad es que usted forme parte del personal médico de un hospital. Entendemos que esté acostumbrado a tratar con enfermos, a enfrentarse a casos difíciles y que cada enfermo pase a ser para usted sólo un caso más, Una Nueva Carpeta en el archivador de historiales médicos. Sin embargo, tenga en cuenta que esa conciencia que usted ha adquirido con la experiencia no coincide con la de los enfermos, que quieren saber, que preguntan, que sienten desde preocupación hasta miedo de las consecuencias de su enfermedad.

El enfermo cree que para usted su caso es el más importante, algo que hasta cierto punto es legítimo. Trátele, en la medida de lo posible, como si así fuera, aunque su contacto con él se reduzca a las visitas de habitación que realiza una vez al día y que apenas duran unos minutos. SUS PALABRAS SERÁN SU ÚNICO CONSUELO, PUES USTED ES LA ÚNICA PERSONA EN LA QUE CONFIARÁ DURANTE SU ESTANCIA EN EL HOSPITAL.

ARANTXA G. DE CASTRO

jueves, 19 de febrero de 2015

UNA BRIZNA DE HIERBA.


No basta para atraer
mágicamente la primavera.
Pero tiene tanta fuerza
como, para con ayuda de
su verde vida,
perforar el muerto asfalto.

No puedo, en sólo un día,
cambiar el desierto.
Pero puedo empezar
haciendo un oasis.

El sol no pasa de largo
ante nadie.

Tampoco a tí
te deja tirado,
si no te has arrastrado
escondiéndote en las sombras.

UN PUÑADO
DE RÁBANOS...

He sembrado rábanos,
eran granitos diminutos de simiente.
Apenas pude
sujetarlos entre los dedos.
Me fuí a dormir, Me levanté.
Llovía y brillaba el sol.
Estuve trabajando
Olvidé los rábanos.

Pero durante tres semanas enteras
alguien se ha ocupado de ellos.
Ha recibido los rábanos
en el seno de la tierra
con amor, los ha nutrido.
Y luego, estaban gruesos,
unas quinientas veces tan gruesos
como los granitos de semilla,
los granitos depositados
por mí en tierra.
Y durante semanas enteras
pudimos gozar de rabanitos
preciosos y frescos.

PHIL BOSMANS

lunes, 16 de febrero de 2015

EL SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.


VI

Dos napolitanos buscaban desarrollar su vida y su futuro profesional en Nueva York, Umberto seguía a Violeta. A pesar de que ella era diez años más joven que él, esta italina delgada y guapa era la que tiraba del carro, la que tomaba las decisiones, y él la siguió sin plantearse otra opción. Cada vez se sentía más tranquilo, confiado, todo lo que ella decidía estaba bien, era la correcto.
Además de su formación académica, Violeta tenía una tendencia natural por el mundo financiero. Entre Asia y Norteamérica, se había decidido por esta última, fundamentalmente porque le parecía el lugar más adecuado para la educación de los hijos.
Rápidamente se dejó notar su preparación y su intuición femenina en Wall Street. Comenzó como empleada en una Sociedad de Inversión Colectiva en Valores y al poco tiempo se había convertido en la socia más joven de la firma. Una joya a la que había que cuidar para que continuara consiguiendo y superando los tremendos objetivos trimestrales en un difícil mercado a la baja. Tampoco dejar que se fuera a la competencia.
A las siete de la mañana ya estaba en su puesto de trabajo y no volvía al pequeño apartamento alquilado en Harlem antes de las diez de la noche.
Por su parte, Umberto comenzó dando clases de italiano en un colegio. Pero el nuevo estilo de vida, contagioso en esta ciudad efervescente, y la cantidad de horas libres sin Violeta, hicieron que en dos años también él consiguiera el Doctorado en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad de Nueva York, donde continuó ya como profesor.
Siempre estaba estudiando en la biblioteca, aunque solo fuera una hora entre clase y clase. Después se quedaba hasta altas horas. Llmaba la atención sus modos muy educados, retraídos y tímidos. Era humilde a la hora de expresar sus conocimientos, pero el oyente terminaba captando que muchos de ellos eran propios, profundos, meditados y muy estudiados.
Los dos estaban concentrados en el esfuerzo. Atrás quedó la pasión del principio, y cuando Umberto ya se había acostumbrado a ritmos más tranquilos, de pronto Violeta se convirtió en un volcán en erupción. Le daba igual haber trabajado catorce horas seguidas, o dormir poco. Nada más ver o sentir a Umberto al lado parecía que le entraba unos deseos desmesurados, irresistibles, y las consecuencias llegaron de inmediato como ella había decidido, iban a tener un hijo.
Violeta le demostró cada día de embarazo el amor que le tenía. Su fuerza natural la hacía capaz de llevar todo al mismo tiempo con eficacia. En un mundo donde el noventa por cien de las mujeres universitarias trabajadoras no tenían hijos, ella, con veintisiete años no tuvo ninguna duda, sería madre.
El momento del parto lo quería realizar de la manera más natural posible, ¨tradicional¨, decía que ¨quería sentir¨ el nacimiento de su hijo; solo existía un problema, era estrecha de pelvis y temió el tamaño del niño habida cuenta la estatura de Umberto. En las revisiones nunca quiso saber el sexo ni ningún otro dato, solo que el niño estaban bien, pero la preocupación le llevó a hacer una pregunta que no hubiera querido realizar; ¨¿Es muy grande?¨. Y obtuvo la respuesta; ¨No debe tener problema, es pequeñito¨. Cuando escuchó el comentario de la doctora se sobresaltó, tuvo miedo, pero nunca le dijo nada a nadie.
Le pusieron Paolo, el nombre del abuelo materno.

Las dos de la madrugada.
_Ea, ea, ea, ya está.
Violeta estaba de rodillas sobre la cama, la luz apagada y ella, además, tenía los ojos cerrados.
_Ya está, ya está.
Intentaba levantar a Umberto, lo cogía por las caderas pero pesaba mucho, no podía.
_Ea, ea.
Comenzaba a bajarle el pantalón del pijama. Él medio se despertó.
_Pero... ¡¿qué haces?! _dijo Umberto con voz grave y soñolienta.
_¿Eeehh?
_¡La madre que te parió!
Violeta también se despertó y comenzó a reír.
Entonce él comprendió lo que estaba sucediendo. Se giró y encendió la lámpara de su lado mientras ella se tumbaba sobre la cama muerta de risa.
_¿Qué querías, cambiarme los pañales?
Violeta no podía parar. Umberto también comenzó a reír mientras movía la cabeza negativamente, la tensión que ella tenía desde que nació Paolo parecía que no la abandonaba.
Comenzó a escucharse un leve ruido que venía del lado de la cama donde estaba ella. Apareció la cabecilla, los preciosos ojos azules que nadie sabía de dónde había sacado. Con cuatro meses se cogía ya a los barrotes de la cuna y se ponía de pie. Bien asegurado, los miraba y les desplegaba su sonrisa.
_Y este se quiere sumar a la fiesta...
¨¿No será malo para sus piernas?¨, habían preguntado al pediatra.
¨Todo lo que el niño haga por él mismo y de forma natural no es malo, todo lo contrario¨, les había contestado.
_Mi niño...
Ella se giró apoyándose sobre el codo derecho. Los dos lo miraban y respondía a su sonrisa. Paolo cambió el gesto, desapareció su cara alegre, hacía fuerzas, enrojecía, fruncía la frente.
_¡Mira que lástima!
Poco a poco se la pasó el dolor y volvió la sonrisa. Estaban preocupados, la madre pendiente hasta en sueños por lo que Umberto acaba de comprobar. El pequeño llevaba unos días con unos tremendos retortijones, pero no lloraba, aguantaba cuando le llegaban y al poco volvía a su estar natural, la sonrisa abierta una vez que se le habían pasado. Los tres se contemplaban, los tres sonreían con una plena satisfacción que les venía de dentro. A los tres se les veía felices, aunque al final un gesto de seriedad siempre acudía al rostro de Violeta.
_Me voy a la otra habitación con él para que puedas dormir.
_No, no importa.
_¿Mañana no tienes clases?
_No, me lo quedo yo.
_Vale.
Hasta las cinco de la mañana estuvieron despiertos, el pequeño en medio de los dos, el pobre no se podía volver a dormir con los dolores, y ella con sus altibajos.

Las diez de la noche, hacía cinco minutos que Violeta había llegado al apartamento después del día de trabajo. Los tres en la habitación, ella estaba terminando de cambiarse. Umberto dudaba.
_Yo te lo voy a contar porque así me quedo tranquilo...
_¿Qué ocurre? _le preguntó Violeta.
_Esta mañana me he llevado un susto de muerte.
_¿Con el niño?
Umberto asintió con la cabeza. Ella miró a Paolo, que le sonreía desde la cuna.
_Verás, cada vez que lo iba a soltar en la cuna se despertaba, una y otra vez, así que cuando volví a dormirlo la última vez... me eché sobre nuestra cama con él, con mucho cuidado, y así se quedó, él... y yo, porque en nada también me quedé K.O.
_Claro, es que apenas has dormido esta noche, pero Umberto eso es peligroso, sin darte cuenta te puedes girar y aplastarlo _dijo ella volviendo a mirar al pequeño Paolo con cierta tranquilidad al ver que estaba bien.
_Lo sé, si yo no pensaba dormir...; pero sin darme cuenta me he quedado frito, y al cabo de un rato, cuando me despierto, es lo primero que pienso, que le podía haber hecho daño; pero voy, miro..., y el niño no está.
_¡¿Qué?!
_Que el niño no estaba.
Violeta volvió a mirar a su hijo. No comprendía.
Levanté todo. El edredón, nada. Me puse en pie y rodeé la cama... Miré debajo, nada. La camisa no me llegaba al cuerpo. Salí corriendo por el apartamento pensando que nos habían raptado al niño, mientras seguía buscando, diciéndome que no podía ser. ¡Dos veces repasé el apartamento entero!, ¡dos veces! Había comprobado que la puerta de la calle estaba con las cuatro vueltas echadas. Intenté recapacitar, que no sé ni cómo fui capaz... Y vuelvo a comenzar desde el principio..., a la habitación, pienso que cómo puede ser. Intento tranquilizarme porque si no me iba a dar un infarto, giro sobre mí varias veces..., hasta que veo la cortina que se mueve un poco. Violeta miró hacia ella, cubría un ventanal lateral de la pequeña habitación, que por lo demás solo tenía la cama de matrimonio, dos pequeñas mesitas a ambos lados frente a un armario clásico, y entre este y la pared un pequeño hueco por el que entraba la cortina. Allí se dirigió Umberto dando tres pasos_.¡Ahí estaba el niño ! dijo señalando con el dedo mientras ella ponía cara de sorpresa_, ahí, en el rincón y detrás de la cortina. ¡La madre que parió al niño! _remató Umberto, que se había vuelto a poner nervioso reviviendo los hechos.
_Pero...¿cómo ha llegado hasta ahí?
_Eso, pregúntaselo a él _contestó refiriéndose al hijo que aún no tenía cinco meses.
Violeta sonreía mientras Umberto intentaba serenarse respirando profundamente.
_Se habrá dejado caer de la cama y después a gateado hasta allí.
_Supongo. Yo solo te puedo decir que el niño no ha llorado, lo he desnudado y mirado de arriba abajo, no tiene ningún golpe.
_Mi niño...
La madre se acercó sonriente y feliz a su hijo. A él se le iluminó el rostro. Lo levantó, lo cogió en brazos, lo besó.
A Umberto, esa escena que tantas veces había visto, le llenaba como nada en su vida. Los quería como jamás había pensado que se podía llegar a querer, algo inexplicable que solo pudo saber y sentir cuando lo vivió. Se acercó y los abrazó, con muchísimo cuidado, a los dos y al mismo tiempo. Fueron segundos, pues notó algo que ya había apreciado antes en ella, como una leve pero clara reacción de rechazo. Se separó, pretendía no molestarla. Pensaba que ella a su vez sentía tanto por su pequeño que no quería que nadie interviniese en esa relación. Ya se le pasaría, no le importaba. Para él, con solo estar presente y poderlos contemplar era más que suficiente.

ANTONIO BUSTOS BAENA.