lunes, 5 de octubre de 2015

EL SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.

XLIX
  Paolo y Eiriann estaban sentados en su banco del jardín delantero del colegio.
  -¿Te sigues acordando mucho de tu madre?
  -Todos los días, casi a todas horas.
  -¿Cómo te sientes?
  -Mal, nunca me he sentido así, siempre tengo ganas de llorar.
  -Pues llora, a mí no me importa que lo hagas.
  -No.
  -He visto su fotografía en el periódico, era muy guapa.
  -Sí, mucho.
  -A ti también te salen los hoyitos en las mejillas.
  -¿Sí? -Estaba sorprendido, no lo sabía.
  -Sí, cuando te ríes..., pero como siempre estás tan serio...
  Paolo no contestó, solo pensó que si antes era serio..., en su vida volvería a reír. Veía imposible que desapareciera la tristeza y la pena que sentía y, si para que se le quitara tenía que olvidar a su madre, prefería seguir así.
  Sintió la cabeza de Eiriann sobre su hombro. Echada, permanecía callada observando las ardillas correteando por el jardín para trepar rápidamente a los árboles cuando intuían algún peligro.
  En ese momento, Paolo se dio cuenta de que solo así, con el contacto de ella, se aliviaba el agobio que constantemente le oprimía el pecho.
  Otros niños los estaban mirando. Ellos no se daban cuenta, su unión les llenaba a los dos y los aislaba del resto.
  El grupo siguió a su líder, este pensaba en la suerte que tenía Paolo, había perdido a su madre y por eso atraía a la niña más guapa del colegio. Contra eso no podía competir, y envidió no ser el protagonista de la escena que estaban viendo todos.
  Paolo no se dio cuenta hasta que se detuvieron delante.
  -¿Sois novios? -preguntó uno.
  El líder se rió como la mayoría, aunque Paolo solo le vio a él.
  Eiriann se había puesto derecha y miraba a Paolo, esperaba que contestara, que le pusiera nombre a su relación. Si decía que sí, a ella no le parecería mal, pero Paolo no dijo nada.
  Otro niño del grupo de siempre se puso detrás. Con una rama cogida del suelo le daba golpecitos en la espalda, la pasaba sobre el hombro y llegaba hasta la mejilla. Paolo dio un manotazo y la separó.
  -¡Spaghetti!-dijo el de detrás.
  -Entonces, si no sois novios..., no te importará que me siente yo junto a ella.
  Y así lo hizo. Decidido se colocó al otro lado de Eiriann dejando caer su cabeza sobre el hombro de ella mientras cerraba los ojos teatralmente.
Ella de inmediato se levantó, y el líder hizo como que caía para finalmente echar la cabeza sobre la pierna de Paolo.
  -¡Buena almohada! -dijo mientras el otro le golpeaba repetidamente con la rama en la cabeza y le removía el pelo.
  El grupo, cada vez más numeroso, reía. Las chicas se burlaban también de Eiriann extendiendo el brazo.
  El líder se incorporó de inmediato y se fue a por ella, le cogió la mano.
  -Vamos a donde tú quieras, cariño -dijo solemnemente mientras se inclinaba un poco haciendo casi una reverencia.
  Todos rieron sus palabras, su mímica. Eiriann se enfadó muchísimo.
  El de detrás, con la rama le pinchaba en la espalda cada vez más fuerte, tanto que pareció que fue esta la que le empujó hasta levantarlo, y cuando lo hizo, Paolo no miró a nadie.
  Buscó alrededor, pero no pareció encontrar nada. Sus movimientos desconcertaban a todos, más aún cuando se quitó las gafas y las guardó decidido en un bolsillo.
  Los ignoró a todos, dos pasos y salió del camino. Anduvo sobre la hierba rápido, se seguían intentando rodearlo mientras reían, le insultaban; pero él solo escuchaba la voz del líder a su espalda.
  No eran lógicos sus movimientos, todos pensaron que en cualquier momento iba a echar a correr, huir. Eso parecía pensar el de la rama, porque lo alcanzó de nuevo en la espalda, en esta ocasión como si le estuviera dando un azote.
  -¡Toma! ¡ja, ja, ja! ¡Corre, caballo!
  Un pequeño arbolito recién plantado estaba atado a una estaca que le servía de guía. Paolo no se lo pensó, la arrancó con decisión y casi en el mismo movimiento, de forma continuada, describió con ella un arco lanzando un golpe girándose hacia atrás, sin mirar, oblicuo de arriba abajo donde escuchaba la voz del líder.
  El golpe fue perfecto, directo a la sien izquierda. Se desplomó.
  Conforme iba cayendo, Paolo vio el lugar exacto donde había impactado, primero se convirtió en un trazo blanquecino sin piel. Después, algo morado. De pronto, la sangre corrió abundantemente.
  Todos quedaron sorprendidos, el miedo se vio en sus caras. Miraban paralizados al compañero más grande y fuerte de todos ellos inmóvil en el suelo. Solo Paolo estaba en movimiento descargando un nuevo golpe sobre el que aún tenía la rama en la mano, y de nuevo acertó de pleno, ahora en el centro de la cabeza.
  El golpe sonó seco, duro; pero el niño lo aguantó, no se desplomó como el otro; solo salió corriendo a toda velocidad llevándose las manos a la cabeza y emitiendo un chillido extraño, que por entonces Paolo no había escuchado nunca, pero que tiempo después reconoció en un reportaje de televisión oyendo a los cerdos en el matadero. Chilló como ellos.
  -¡Aaahhhhhhh! -gritó Paolo levantando el palo de nuevo amenazante.
  El grupo huyó despavorido. El líder permanecía tirado y sin moverse, el rostro ensangrentado.
  Personal del colegio se acercaba corriendo. Solo Eiriann permanecía allí, se aproximó despacio, lo miraba con una sonrisa de comprensión hacia él.

ANTONIO B. BAENA.

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