domingo, 11 de octubre de 2015

ADMIRACIONES DE JUAN RAMÓN.

ORTEGA Y GASSET:
  Ortega siempre ha sido un maestro para mí, y en muchas cosas. Su clarividencia, a veces obcecada, ha abierto muchos caminos derechos en España. Él ha unido la base tradicional española más sólida a la expresión filosófica moderna más alerta y por eso es un verdadero modernista y un héroe de fronteras. Durante años y años, ha señalado, en la vida internacional, el cuerpo de la España viva, y tanto en Europa como en América ha cumplido su misión sin perder nunca un paso, como no haya sido para rehacerse o usarlo de trampolín. Ortega se mueve siempre en un nivel superior; y yo juzgo ante todo a los hombres por el nivel en que se mueven.
GINER DE LOS RÍOS:
La pedagogía era en Francisco Giner la expresión natural de su poesía lírica íntima. El pintor, el músico, el poeta que pudo ser y en otro sentido empezó a ser o fue, encontraron en la pedagogía viva el goce profundo de la belleza pura y de la belleza útil (…)
Al hombre pleno que tiene ya su vida(...) le conviene la poesía escrita, la música tocada, el arte visto (…) Pero en el mundo existe también el hombre sin destino todavía, o para siempre sin destino, el niño, el enfermo, el ciego, por ejemplo. Y para éstos es, además de escrita, tocada, la poesía no escrita de la cálida pedagogía lírica.
¡Y cómo la profesaba, la no escribía, la vivía Francisco Giner! Verlo entre los niños, con los desgraciados, los enfermos, los ladistas del camino mayor en suma, era presenciar el orden natural de la belleza; el correr de un agua, el brotar de un árbol, el revolear de un pájaro. La ocurrencia relampagueante, el color la imagen, la emoción, el ritmo interior, la creación poética viva, en suma, salían de su línea de hombre como una orla de fuego bello. Quien llegaba a él salía mejorado en algo y contento del todo. Daba inquietud apacible, dinamismo sereno, fortaleza delicada como lo mejor y superior a veces en su naturalidad, lo paralelo posible al hombre, de nuestra naturaleza.
Yo no me eduqué, no fui discípulo infantil de Francisco Giner, como algunos han escrito, en la Institución Libre. Lo conocí a mis 21 años. Y aprendí entonces en él, en su acción de educar a los niños, parte de lo mejor de mi poesía; presencié en el jardín, en el comedor, en la clase, el bello espectáculo poético de su pedagogía íntima; un fruto ya sin árbol, maduro y lleno de semilla. La realización no imaginativa, personal de la poesía; en el amor, en la religión, en la educación. Un buen empleo para poetas porque encontrarán en su desempeño inspiración principio y utilidad fin.

(A. del Villar: El andarín de su órbita.)

RICARDO SENABRE SEMPERE.

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