jueves, 18 de junio de 2015

UN VIAJE DOLOROSO.


Las dificultades pasadas en noches anteriores para construir refugios, no eran nada comparadas con las de aquella noche, porque las mujeres estaban tan cansadas que apenas podían moverse. Con ciega determinación buscaron, renqueando, ramas de abeto para las camas y grandes trozos de leña con que alimentar la hoguera. Finalmente, se acurrucaron juntas y miraron como hipnotizadas la gran llama anaranjada que habían encendido con las ascuas transportadas desde su primer campamento. Enseguida, sin darse cuenta, se deslizaron hacia un sueño profundo. Ni siquiera oyeron a lo lejos el aullido de un lobo solitario y, antes de que se dieran cuenta, el aíre frío de la mañana reanimó sus sentidos.
Se habían dormido apoyadas la una contra la otra y permanecieron en esa posición durante toda la noche. Sabían que no les sería fácil levantarse porque habían permanecido sentadas, dejando caer el peso sobre las piernas. Se quedaron quietas largo rato. Luego Sa` hizo un esfuerzo para levantarse, pero sus piernas estaban entumecidas. Gruñó y volvió a probar. Entretanto. Ch`idzigyaak mantenía los ojos cerrados y fingía dormir. No quería enfrentarse con el día. Sa` hizo acopio de sus fuerzas e intentó moverse, pero esta vez el dolor no la dejó. De nuevo habían exigido de sus cuerpos más de lo que podían dar. Sin querer, Sa` soltó un gemido de dolor y sintió ganas de llorar. Agachó la cabeza, derrotada por el esfuerzo de todos los días pasados, y el frío la hizo sentir todavía más desanimada. Pese a sus esfuerzos, su cuerpo se negaba a responder. Estaba demasiado rígido.
Ch`idzigyaak, aletargada, escuchaba el llanto de su amiga. Se asombraba de estar allí sentada, oyendo llorar a Sa`, sin sentir nada. Quizá su destino fuera detenerse. Quizás los jóvenes tuvieran razón; ella y Sa` luchaban contra lo inevitable. Sería más fácil acurrucarse en el calor de sus pies y dormir. Así no tendrían que demostrar nada a nadie. A lo mejor ese sueño profundo que Sa` tanto temía no estaba tan mal, después de todo. Al menos, pensó Ch`idzigyaak, no sería peor que esto.
Sin embargo, a pesar de la poca voluntad de su amiga, Sa` tenía de sobra para las dos. Haciendo caso omiso del frío, del dolor en los costados, del estómago vacío y del entumecimiento de las piernas, luchó por levantarse y esta vez lo consiguió. Como ya era su costumbre por las mañanas, dio vueltas por el campamento hasta que sintió que, poco a poco, la sangre empezaba a correr por sus venas. El dolor se hizo más agudo, pero Sa` concentró toda su atención en recoger más leña y encender la hoguera. Luego hirvió la cabeza de un conejo para preparar un sabroso caldo.
Ch`idzigyaak seguía con atención lo que pasaba con los párpados entreabiertos. No quería que su amiga se enterara de que estaba despierta, porque entonces tendría que moverse y no pensaba hacerlo. Ni ahora ni nunca. Se quedaría donde estaba, y a lo mejor una muerte rápida la libraría de aquel sufrimiento. Sin embargo su cuerpo no estaba dispuesto a rendirse del todo. En lugar de hundirse dulcemente en el olvido, Ch`idzigyaak sintió de repente la apremiante necesidad de orinar. Trató de ignorarla, pero no pudo aguantar más y con un fuerte gemido sintió que su vejiga iba cediendo. Presa del pánico, se levantó de un salto y se dirigió hacia los sauces, lo cual sobresaltó a su amiga. Cuando Ch`idzigyaak salió de entre los sauces con una expresión ligeramente culpable, Sa` inclinó la cabeza, asombrada.
-¿Te pasa algo?-preguntó.
Ch`idzigyaak, avergonzada, confesó:
-Me ha sorprendido la rapidez con que he reaccionado. ¡Creía que no era capaz de mover ni un dedo!
Sa` pensó en el día que las esperaba.
-Después de comer, debemos ponernos en marcha, aunque hoy sólo avancemos un poco. Cada paso nos acerca más a nuestra meta. Aunque no me siento bien, mi mente domina mi cuerpo, y quiere que sigamos nuestro camino en vez de quedarnos aquí descansando, que es lo que me apetece.
Ch`idzigyaak escuchaba mientras comía su trozo de conejo y sorbía el caldo. Ella también tenía ganas de quedare allí más tiempo. Lo cierto era que deseaba desesperadamente quedarse. Pero cuando consiguió apartar aquellos pensamientos disparatados, se sintió avergonzada y de mala gana accedió a marcharse.
Sa` se sintió ligeramente decepcionada cuando Ch`idzigyaak aceptó reemprender el viaje, y se preguntó si en su interior no había deseado que Ch`idzigyaak se negara a moverse. Pero ya era tarde para arrepentirse. Así que las dos ancianas sujetaron las cuerdas a sus flacas cinturas y empezaron a tirar de nuevo. Mientras caminaban procuraban mantenerse alerta ante cualquier indicio de vida animal, porque apenas les quedaba comida, y la carne era su fuente principal de energía. Sin ella, su lucha pronto terminaría. A veces, las mujeres se detenían para estudiar la ruta escogida y se preguntaban si iban bien encaminadas. Pero el río seguía en una única dirección desde el arroyo, de modo que las mujeres bordearon la orilla sin dejar de buscar el riachuelo que las llevaría al lugar que recordaban por la abundancia de peces que entonces había.
Los días se sucedían monótonamente mientras las mujeres tiraban de sus trineos sobre la espesa nieve. Al cabo de seis días, Sa`, que no apartaba la mirada del camino, levantó la vista. Al otro lado del río vio la desembocadura del arroyo.
-Hemos llegado -dijo con voz suave y entrecortada.
Ch`idzigyaak miró a Sa` y luego el arroyo.
-Salvo que estemos en el lado que no es -contestó.
Sa` no pudo por menos que sonreír; su amiga siempre veía el lado negativo de las cosas. Pero se sentía demasiado cansada para mostrarse optimista, así que suspiró para sus adentros e hizo señas a su amiga para que la siguiera.
Esta vez las dos mujeres no prestaron atención a las grietas ocultas bajo el hielo. Sin importarles el peligro que corrían, atravesaron el río helado y continuaron subiendo por el afluente. Caminaron hasta muy entrada la noche. La luna asomó por entre las copas de los árboles hasta situarse encima de ellas, e iluminó su camino a lo largo del estrecho riachuelo. Aunque habían andado más horas que en los días anteriores, seguían adelante. Tenían la certeza de que el antiguo campamento estaba cerca y querían encontrarlo aquella misma noche.
Justo cuando Ch`idzigyaak pensaba rogar a su amiga que se detuvieran, descubrió el lugar del campamento.
-¡Mira ahí! -gritó-. ¡Ahí están las perchas para los peces que colgamos hace tanto tiempo!
Sa` se detuvo y sintió que las fuerzas la abandonaban. Le costó un gran esfuerzo mantenerse sobre sus piernas temblorosas, porque una vaga sensación de que había llegado a su casa la invadió de pronto.
Ch`idzigyaak se acercó a su amiga y la rodeó cariñosamente con un brazo. Se miraron y se sintieron conmovidas por una gran emoción que las hizo enmudecer. Habían cruzado toda aquella distancia solas. Volviendo a su memoria los dulces recuerdos de aquel lugar donde habían compartido la felicidad con amigos y familiares. Ahora, por una mala jugada del destino, se encontraban allí solas, traicionadas por aquella misma gente. Como las penurias las habían unido, las dos mujeres habían desarrollado la capacidad de conocer lo que había en la mente de la otra, y Sa` solía ser la más sensible.
-Es mejor no pensar en por qué estamos aquí dijo. Debemos levantar nuestro campamento esta noche. Mañana hablaremos.
Dominando la amarga sensación que le subía por la garganta, Ch`idzigyaak asintió con decisión. Así, con movimientos lentos y torpes, ascendieron por la orilla ligeramente empinada y se dirigieron hacia el campamento, donde encontraron un viejo armazón de tienda que utilizaron como refugio aquella noche.
Aunque sus ropas las protegían del intenso frío, las pieles de caribú calentaban más. Las brasas se mantuvieron vivas entre la ceniza durante toda la noche y conservaron caliente el refugio, hasta que el frío de la mañana se abrió paso y las mujeres empezaron a desperezarse. Sa` fue la primera en levantarse. Esta vez su cuerpo protestó menos cuando empezó a moverse por el refugio, echando la leña que habían recogido la noche anterior sobre las brasas vacilantes que seguían ardiendo en la hoguera. Después de soplar suavemente sobre los palillos secos, una llama empezó una lenta danza extendiéndose por un haz de ramas de sauce secas. Pronto el refugio se calentó y brilló resplandeciente.
Aquel día las mujeres trabajaron infatigablemente, sin pensar en sus maltratadas articulaciones. Sabían que tenían que darse prisa y terminar los preparativos para enfrentarse a lo más crudo del invierno, pues vendrían tiempos aún más fríos. Así que pasaron el día apilando nieve alrededor del refugio, colocaron una larga fila de trampas para conejos, porque aquélla era una zona rica en sauces, y había indicios claros de que allí habitaban conejos. Ya era de noche cuando volvieron al campamento. Sa` hirvió las vísceras del conejo e hicieron un festín con lo que quedaba de comida. Después, se acomodaron en sus mantas y fijaron la vista en el fuego.
Las dos mujeres no se habían tratado mucho antes de ser abandonadas. Eran dos vecinas que disfrutaban quejándose y solían conversar sobre asuntos intrascendentes. Ahora, la vejez y un cruel destino eran todo lo que tenían en común. Por esa razón, aquella noche, al final del duro viaje que habían realizado juntas, no sabían qué decirse y cada una se ensimismó en sus pensamientos.
Ch`idzigyaak recordó a su hija y a su nieto. Se preguntó si estarían bien. Sintió dolor al evocar a su hija. Era difícil de creer que su propia carne se hubiera negado a defenderla. Se estaba dejando llevar por la autocompasión, y tuvo que hacer un gran esfuerzo por contener las lágrimas que amenazaban con derramarse. Apretó los labios en una línea fina y rígida. ¡No iba a llorar! ¡Era el momento de mostrarse fuerte y olvidar! Pero esa sola idea le hizo derramar una lágrima enorme. Miró a Sa` y vio que también estaba absorta en sus pensamientos. Su amiga la desconcertaba. Salvo contados momentos de debilidad, la mujer sentada a su lado parecía fuerte y segura de sí misma, como si todo aquello no fuera más que un reto. La curiosidad sustituyó al dolor y entonces su voz sobresaltó a Sa`.
-Hace mucho tiempo, cuando era una niña, abandonaron a mi abuela. Ya no podía andar y apenas veía. Teníamos tanta hambre que la gente casi no se tenía en pie, y mi madre murmuraba que tenía miedo de que a la gente se le ocurriera comer carne humana. Nunca había escuchado algo semejante, pero mi familia contaba historias sobre personas que habían llegado a estar lo bastante desesperadas como para cometer esas barbaridades. Con el corazón encogido, me aferraba a la mano de mi madre. Si alguien me miraba a los ojos, volvía la cabeza de inmediato, en el temor de que se fijaran en mí y se les ocurriera comerme. ¡Qué asustada estaba! También tenía hambre, pero era lo que menos me importaba. A lo mejor es porque era muy pequeña y me veía rodeada de mi familia. Cuando empezaron a hablar de dejar a mi abuela, sentó horror. Todavía puedo oír a mi padre y a mis hermanos discutiendo con los otros hombres, pero cuando mi padre volvió al refugio, miré su cara y supe lo que iba a ocurrir. Luego miré a mi abuela. Estaba demasiado ciega y sorda como para enterarse de lo que pasaba. -Ch`idzigyaak tomó aliento antes de continuar su historia.
¨ Una vez que la hubieron abrigado bien y colocado las mantas a su alrededor, creo que empezó a comprender lo que pasaba, porque al marchar del campamento la oí llorar. -La anciana se estremeció al recordarlo.
¨Más tarde, cuando ya era mayor, me enteré de que mi hermano y mi padre habían vuelto para poner fin a la vida de mi abuela y evitar que sufriera. Y quemaron el cadáver por si alguien pretendía llenarse la barriga con su carne. No sé cómo, pero sobrevivimos a aquel invierno, aunque el único recuerdo claro que conservo es que no fue un tiempo dichoso. Conservo en la memoria otras épocas de hambre, pero ninguna tan terrible como aquélla.
Sa` sonrió tristemente, asintiendo a los dolorosos recuerdos de su amiga. Ella también tenía los suyos.
-De joven era como un muchacho -empezó-. Estaba siempre con mis hermanos, y de esa forma aprendí muchas cosas. De vez en cuando, mi madre intentaba que me sentara a coser, o que aprendiera lo que necesitaba saber para cuando me hiciera mujer. Pero mi padre y mis hermanos siempre me rescataban. Les gustaba tal como era. -Los recuerdos la hicieron sonreír.
¨Nuestra familia era diferente a las demás. Mis padres nos dejaban hacer casi todo lo que queríamos. Teníamos obligaciones como todos, pero una vez que terminábamos, podíamos irnos de exploración. Nunca jugaba con los otros niños, sólo con mis hermanos. Me temo que no sabía lo que significaba hacerse mayor porque lo pasaba demasiado bien. Cuando mi madre me preguntaba si ya era mujer, no la entendía. Creía que se refería a mi edad, y no a lo otro. Verano tras verano, me hacía la misma pregunta, y cada vez su expresión se tornaba más preocupada. Yo no le hacía mucho caso. Pero cuando ya era tan alta como ella, y sólo un poco más baja que mis hermanos, la gente empezó a mirarme de forma rara. Chicas más jóvenes que yo ya eran madres y tenían su hombre. Yo seguía tan libre como una niña. -Sa` se rió con fuerza porque había comprendido con el tiempo por qué entonces la gente la miraba tanto.
¨Empecé a oír que se reían de mí a mis espaldas y eso me desconcertaba. En cierto modo, no me importaba lo que la gente pensara, así que seguía cazando, pescando, explorando y haciendo lo que me apetecía. Mi madre intentaba que me quedara en casa y trabajara, pero yo me rebelaba. Mis hermanos ya tenían mujeres y le dije a mi madre que ya tenía ayuda suficiente y que me escaparía. Cuando mi madre acudía a mi padre para que me obligara a obedecer, yo aparecía con un montón de patos, pescado o cualquier otro tipo de alimento y mi padre decía. ¨Déjala en paz¨ . El tiempo pasó, y yo ya tenía la edad en que una mujer debe tener hombre e hijos, y todo el mundo murmuraba sobre mí. No entendía por qué, pues aunque no hubiera formado una familia, seguía desempeñando mi tarea, que consistía en abastecerles de comida. Había veces que traía más comida que los hombres, lo que no parecía gustarles. Por aquel entonces tuvimos el peor invierno de nuestra vida. Hacía tanto frío como ahora. -Sa` mostró su mano, helada.
¨Los bebés morían y los hombres empezaron a asustarse porque no encontraban suficientes animales para comer. Había una mujer vieja en el grupo a la que nunca había prestado especial atención. El jefe decidió que teníamos que trasladarnos para buscar más comida. Había rumores de que más lejos encontraríamos caribús. Esto animó a todos.
¨Había que transportar a la anciana. El jefe no quería esa carga, así que ordenó a los demás que la abandonaran. Nadie discutió su decisión, excepto yo. Mi madre intentó calmarme, pero yo era joven e impulsiva. Ella intentó convencerme de que era por el bien del grupo. Me pareció una absoluta desconocida, fría y sin sentimientos, cuando insistió en que no protestara, así que la rechacé indignada. Estaba confusa y furiosa. Creía que los demás se comportaban como unos holgazanes y que habían perdido el juicio. Mi obligación era hacerles entrar en razón. Y siendo como era, defendí a la mujer de cuya existencia apenas había tenido conocimiento hasta entonces. Pregunté a los hombres si no eran peores que los lobos que rechazan a los viejos y a los débiles de la manada.
¨ El jefe era un hombre cruel. Hasta entonces había tratado de evitarle, pero aquel día me planté ante él y le solté palabras muy duras a la cara. Podía ver que su irritación aumentaba por momentos, pero no pude contenerme. Aunque sabía que al jefe yo no le gustaba, seguí discutiendo, sin dejarle hablar cuando intentó rebatir mis acusaciones. Él había actuado mal y yo debía hacérselo ver. Mientras yo continuaba con mis recriminaciones, no me di cuenta de que el susto iba sacando al grupo de la apatía en que les había hecho caer el hambre. En el rostro del jefe apareció una mirada terrorífica y puso su enorme mano sobre mi boca. ¨Está bien, muchacha extraña¨, dijo muy alto, para humillarme. Levanté la barbilla desafiante para que me viera que no le tenía miedo. ¨Tú te quedarás con la vieja¨, dijo. Mi madre sofocó un grito y se me encogió el corazón. Pero no me retracté y le aguanté la mirada sin parpadear siquiera.
¨Mi familia estaba profundamente apenada, pero el orgullo y la vergüenza les impedían protestar. No querían una hija que se opusiera a los poderosos líderes del grupo. Yo no consideraba a los líderes como hombres fuertes. El jefe se comportó como si yo no existiera después del incidente, y nadie me hacía caso salvo mi familia, que me rogó que pidiera perdón al jefe. Sin embargo, no cedí. Mi orgullo iba en aumento a medida que los otros fingían no verme, y seguí intercediendo por la vida de la vieja. Sa` hizo una pausa mientras revivía profundamente el dolor de aquellos recuerdos de antaño. Con voz suave continuó:
-Una vez que se hubieron marchado, me sentí menos valiente. A pesar de que no había animales en muchos kilómetros a la redonda, estaba decidida a demostrar que con voluntad se podía conseguir casi todo. Así que con aquella mujer, de la cual nunca aprendí el nombre porque estaba demasiado ocupada intentando sobrevivir como fuera, comí ratones, búhos y cualquier cosa que se moviera. Yo los mataba y nos los comíamos. La anciana se murió aquel mismo invierno y entonces me quedé sola. Ni siquiera mi orgullo y habitual despreocupación podían ayudarme. Hablaba sola constantemente; ¿con quién más si no? Mi gente pensaría que me había vuelto loca si volvían y me encontraban así. Al menos tú y yo nos tenemos la una a la otra -dijo Sa` a su amiga, que asintió con la cabeza.
¨Fue entonces cuando me di cuenta de la importancia de pertenecer a un grupo grande. El cuerpo necesita alimento pero la mente necesita gente. Cuando por fin el sol ya calentaba y se extendía sobre la tierra, me puse a explorar el territorio. Un día mientras caminaba, hablando conmigo misma como de costumbre, alguien me preguntó: ¨¿Con quién estás hablando?¨ Por un momento pensé que empezaba a tener alucinaciones. Me paré en seco y me giré lentamente. Frente a mí había un hombre grande y fuerte con los brazos cruzados, sonriéndome con descaro. Fui presa de distintas emociones. Estaba sorprendida, avergonzada y enfadada a la vez. ¨¡Me has asustado!¨ , dije para disimular mis verdaderos sentimientos, pero mis mejillas ardían y supe que no le había engañado porque su sonrisa se hizo más ancha. Me preguntó que hacía allí sola y se lo conté. Me inspiraba confianza. Me dijo que lo mismo le había pasado a él. Sólo que él había sido desterrado porque su inconsciencia le había llevado a luchar por una mujer destinada a otro. Estuvimos juntos durante mucho tiempo antes de que viviéramos como hombre y mujer. Nunca volví a ver a mi familia, y pasaron muchos años antes de que nos uniéramos al grupo.
Era la primera vez que Ch`idzigyaak veía a su amiga triste, y rompió el silencio para decir:
-Tuviste más suerte que yo, porque cuando se hizo evidente que no estaba interesada en elegir a un hombre, me obligaron a vivir con uno que era mucho mayor que yo. Apenas tuvimos relaciones. Pasaron muchos años antes de que tuviéramos nuestro primer hijo. Era mayor de lo que yo soy ahora cuando murió.
Sa` se rió.
-Mi gente habría elegido un hombre para mí también, si hubiera permanecido con ellos por más tiempo. -Después de un breve silencio continuó-: Y aquí estamos; ahora sí somos viejas; oímos el crujir de nuestro débiles huesos, y nos han abandonado a nuestro destino para que nos las arreglemos solas.
Las dos mujeres callaron mientras luchaban para no dejarse llevar por sus emociones. Tumbadas sobre sus camas calientes, oyendo la tierra fría que se estremecía fuera, reflexionaban sobre las experiencias que habían compartido. Cuando cayeron vencidas por el sueño, se sentían mejor porque se conocían más y porque ahora sabían que ambas habían sobrevivido a pruebas muy duras.
Los días se acortaron a medida que el sol se hundía más y más en el horizonte. A causa del frío lo árboles crujían tan fuertemente que las mujeres se sobresaltaban. Hasta los sauces se partían con un chasquido. Poco a poco las mujeres iban acostumbrándose al lugar, pero las asaltaban muchas dudas. Temían a los lobos salvajes que aullaban a lo lejos. Otros miedos imaginarios las atormentaban también, porque tenían mucho tiempo para pensar durante aquellos oscuros días que discurrían lentamente. Mientras duraba la escasa luz diurna, se obligaban a moverse. Pasaban las horas en que permanecían despiertas recogiendo leña bajo la espesa nieve. Aunque escaseaba la comida, su mayor preocupación era procurarse calor, y por las noches se sentaban y charlaban, en un intento por combatir la soledad y los temores que las acechaban. El Pueblo no estaba acostumbrado a malgastar el tiempo en charlas ociosas. Cuando hablaban, no lo hacían para entretenerse , sino para comunicarse. Pero las dos ancianas hicieron una excepción durante aquellas largas tardes. Conversaban, y un sentido de respeto mutuo nació entre ellas al conocer las dificultades que cada una había tenido que superar en el pasado.
Transcurrieron muchos días antes de que las mujeres atraparan más conejos. Hacía mucho que no tomaban una comida de verdad. Mantenían su energía hirviendo las ramas de los sauces para fabricar una especie de té de menta que provocaba acidez en el estómago. Sabiendo lo peligroso que era tomar alimento sólido después de una dieta semejante, cuando por fin tuvieron una presa primero hirvieron el conejo para hacer un nutritivo caldo que bebieron despacio. Durante un día eso fue lo único que tomaron y al día siguiente sólo comieron una pata de conejo. Cada día aumentaban la ración y pronto recuperaron las fuerzas.
Altas pilas de leña rodeaban el refugio como una barricada, así que pudieron dedicar más tiempo a buscar comida. Fueron recobrando su anterior habilidad para la caza, y cada vez se alejaban más del refugio para poner las trampas y comprobar si había otros animales pequeños para cazar además de conejos. Una de las lecciones que habían aprendido era la de inspeccionar regularmente las trampas colocadas. El descuido de esta tarea traía mala suerte. Así que, a pesar del frío y de sus achaques, diariamente examinaban las trampas y casi siempre encontraban un conejo como recompensa.
Al caer la noche, una vez que habían cumplido las obligaciones del día, las mujeres tejían las pieles de conejo para hacer mantas, ropa, manoplas y bufandas para protegerse la cara. A veces como algo excepcional, una de ellas regalaba un gorro o manoplas de piel de conejo a la otra, lo que siempre provocaba amplias sonrisas.
A medida que pasaban los días, el tiempo iba haciéndose menos riguroso y las mujeres vivieron momentos de regocijo. ¡Habían sobrevivido al invierno! Recuperaron fuerzas y se dedicaron con más ahínco a la tarea de recoger leña, comprobar las trampas y explorar la zona en busca de otros animales que no fueran conejos. Aunque ya no se quejaban, estaban hartas de una dieta basada exclusivamente en carne de conejo y soñaban con poder saborear otras especies de caza, como urogallos, ardillas o castores.
Una mañana, al despertarse, Ch`idzigyaak sintió que algo andaba mal . Su corazón latía con violencia mientras se incorporaba lentamente; temiendo lo peor, asomó la cabeza fuera del refugio. Al principio, todo parecía tranquilo. Luego avistó a corta distancia una bandada de perdices que picoteaban los restos de un árbol caído. Con manos trémulas sacó sin hacer ruido una tira fina de babiche de su bolsa de costura y salió sigilosamente de la tienda. Eligió un palo largo de la pila de leña más cercana, hizo un lazo corredizo en la punta y empezó a gatear hacia la bandada.
Las perdices empezaron a cloquear con nerviosismo al percatarse de su presencia. Como vio que la bandada estaba a punto de alzar el vuelo, Ch`idzigyaak se quedó inmóvil unos minutos para que se tranquilizaran. Estaban bastante cerca de ella, y rogó para que Sa` no se despertara y hiciera algún ruido que las ahuyentara. Las rodillas le dolían y las manos le temblaban, pero Ch`idzigyaak empujó poco a poco el palo hacia delante. Algunas de las perdices volaron con estrépito hacia otro grupo de sauces cercanos, pero ella no perdió la calma y, muy despacio, empezó a levantar el palo al ver que el resto de la bandada andaba más deprisa. Ch`idzigyaak se concentró en el ave que tenía a su alcance. Ésta hizo unos pequeños movimientos en dirección al lazo, dando cabezadas. Cuando las perdices comenzaron a correr ruidosamente y a levantar el vuelo. Ch`idzigyaak echó el lazo hacia delante justo hasta rodear el cuello de su presa; entonces dio un tirón con el palo hacia arriba mientras el animal graznaba y se retorcía, hasta que quedó colgada sin vida. De pie, con la perdiz muerta en la mano, Cha´idzigyaak se volvió hacia la tienda y vio el rostro sonriente de su amiga.
Ch`idzigyaak notó que el aire era más templado y, en ese instante, Sa` Comentó suavemente:
-Hace mejor tiempo.
Los ojos de la mujer mayor se agrandaron por la sorpresa.
-Tenía que haberme dado cuenta. Si hubiera hecho mucho frío me habría congelado en mi posición de zorro furtivo.
Eso las hizo reír con ganas y regresaron al refugio para preparar la carne para la nueva temporada que se avecinaba. Después de aquella mañana, los días fluctuaron entre un frío intenso y temperaturas más altas y con nieve. El hecho de que sólo consiguieran un ave no las desanimó, porque los días eran cada vez más largos, templados y luminosos.

VELMA WALLIS.

No hay comentarios:

Publicar un comentario