jueves, 5 de marzo de 2015

EL SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.

CAPÍTULO VIII

El profesor le caía mal, no sabía por qué. Paolo tenía seis años y estaba aprendiendo a poner nombre a la cursilería y pedantería de aquel hombre aún joven, con una obesidad blanda, siempre atildado con chaquetas extrañas y pajaritas llamativas. Una papada temblorosa y blanquecina acompañaba siempre sus palabras. Sin embargo había escuchado a sus padres hablar bien de él, con admiración, y es que además de profesor era también el Director del colegio. Paolo era educado, distinguía perfectamente las jerarquías. Sus compañeros también se mostraban más respetuosos con este hombre, solo tenía que decir una sola vez ¨silencio¨para que todos callaran.
Paolo no era un niño que acostumbrara a atender a las explicaciones, se aburría. En clase repetían una y otra vez cosas que él ya sabía; pero es que ese día, además, ya no podía aguantar más. Solo deseaba que dejara de hablar, que terminara la clase para salir corriendo a los servicios. El Director-profesor no quería que se le interrumpiera. Paolo tampoco lo haría, era obediente, acataba las normas, y ahora solo quería que finalizara ya porque tenía unas enormes ganas de orinar. Apretaba las piernas, le dolía el bajo vientre y, desde hacía unos minutos, también los riñones. Tenía que acabar ya, le debía faltar poco, pero el tiempo parecía que se había detenido. Lo estaba pasando realmente mal, mientras que a aquel hombre sobre la tarima se le veía tranquilo y feliz, con gesto de satisfacción permanente en la cara. Disfrutaba cuando hablaba a los que mañana serían primeras figuras de la ciudad, del país. Incluso él se sentía ya capaz de discernir cuáles iban a ser. Solo a unos cuantos advenedizos se les había permitido entrar en el mejor colegio de Nueva York, evitaba así que se pudiera tachar de clasista. Cumplía con el principio políticamente correcto de igualdad de oportunidades. Eso sí, todos los niños que él veía de segunda categoría debían pasar unas pruebas selectivas de tipo psicotécnico al más alto nivel para entrar en este colegio que cubriría esa primera etapa formativa, la más importante a la hora de preparar sus mentes.
A Paolo el tiempo se le hacía interminable, solo veía la papada temblando que no paraba. Al poco sintió cómo el sudor inundaba su cuerpo, sus gafas se empañaban y poco a poco la visión desaparecía tapada por la niebla. Estaba experimentando algo nuevo, desconocido. La inseguridad en su estado máximo lo ponía a las puertas del pánico. No sabía si iba a ser capaz de llegar a los servicios. No quería levantar el brazo, pero estaba tan al límite que no pensaba con claridad. Finalmente, sin apenas fuerzas para elevar, la mano tímidamente comenzó a ascender señalando su posición en el aula. El Director-profesor parecía no verlo a pesar de que con su mirada recorría toda la clase. Paolo permaneció así dos eternos minutos.
-Señor Carrington -dijo sin verlo mientras se levantaba, le temblaron las piernas.
-Di Rossi, te llevo viendo un buen rato, ¿tan importante es para interrumpir, no solo a mí, también a todos tus compañeros? ¿Qué es lo que no comprendes?
Le había hecho una pregunta concreta, tenía que contestar. No es que no comprendiera, es que no tenía ni idea de lo que había estado hablando aquel hombre en la última media hora, no le había escuchado. Una falta de consideración para con él, para con sus padres, y para con otro niño que podría estar ocupando su sitio de privilegio. Eso fue lo que le enseñó el Director la primera vez que le escuchó hablar de lo importante, y la suerte que tenían, de ser alumnos de ese colegio. Y Paolo lo comprendió perfectamente, aquel señor tenía razón.
-¿Bien?
Se encontraba mal, muy mal. Intuía que todos le estaban mirando en ese momento, esperando a que dijera algo. El dolor de los riñones hacía que se le aflojaran las extremidades, tenía concentradas todas sus fuerzas en controlar, mantener cerrado el esfínter y, además, no veía. El Director-profesor cambió su actitud.
-¿Qué te ocurre, has visto un fantasma?
Las risas llenaron el aula.
-Ven aquí -le llamó también con la mano-, ven. -El hombre reía, le temblaba la papada-. Vuestro compañero es muy callado -decía mientras se dirigía al resto del aula dejándolo de mirar por un momento-, unos dirán que es tímido...
Paolo dio un pequeño paso lateral saliendo al pasillo. Las piernas sostuvieron su cuerpo, cosa que dudaba. Volvió a dar otro paso lentamente, disponiendo de todas sus fuerzas consiguió dar otro. Se quitó las gafas, afinó la vista para ver al hombre que estaba hablando sobre él a los demás niños. El Director-profesor le miró con una sonrisa Cínica, algo que él aún no sabía interpretar de otro modo más que de desprecio. Pensó en la imagen que estaba dando ante aquel hombre respetado por todos.
-Yo solo digo que es raro -dijo sonriendo el DIRECTOR-PROFESOR.
Sentía que hablaba de él al resto de la clase como si no estuviese presente. Las miradas, las risas de sus compañeros se centraban en su rostro, todos le observaban. La situación le abrumó de tal manera que le pareció que entre todos aprisionaban su cuerpo. No era dueño de sí mismo. Se quedó desprotegido.
-Llevo tiempo observándolo y Di Rossi es muy raro.
Paolo nunca había tenido esas sensaciones, tampoco se había dado cuenta de que había despertado la atención del Director, además, de forma negativa. Le había estado observando sin que se diera cuenta. ¿Qué tenía él de distinto para llamar su atención? Sin embargo, no recordaba que hubiera hecho nada para provocar esas palabras: ¨ES MUY RARO¨.
No era como los demás, era raro, o lo que él entendió; ¨no eres una persona normal¨.
Y ahora, ese hombre importante lo observaba abiertamente, también el resto de sus compañeros. Paolo no tuvo las fuerzas necesarias para aguantar ser el foco de atención y controlar al mismo tiempo su esfínter.

Se está orinando... -dijo con sorpresa un compañero que estaba detrás.
No habló alto, pero se escuchó en toda el aula.
Los niños corrieron desde las filas cercanas para ver a Paolo, Que buscó auxilio con la mirada en el Director, que le contestó con un gesto de desagrado. Paolo solo pudo quedarse quieto sin poder evitar que todo su honor cayera al suelo convertido en orines. Así permaneció en el pasillo, rodeado de niños alborotados. Risas, insultos, expresiones de asco y huidas ante la posibilidad de pisar el charco que se iba extendiendo mientras el director salía del aula dejándolo allí. NO HUBO NADA DE AYUDA O COMPRENSIÓN POR PARTE DE AQUEL HOMBRE. A los pocos minutos APARECIÓ UNA EMPLEADA DE LA LIMPIEZA QUE LO ATENDIÓ.

ANTONIO BUSTOS BAENA.

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