sábado, 31 de enero de 2015

ORFANATO DEL MUNDO.

Para estos niños, los más desvalidos de la Tierra, la vida comenzó realmente el día que pusieron el pie en suelo belga.

Poco después de la llegada de un Caravelle a Bruselas, procedente de Amsterdam, y microbús rojo y blanco que transportaba los pasajeros del avión se detenía frente a la puerta principal del aeropuerto Zaventem. Del vehículo surgió una ¨tromba¨ de niños de tres a ocho años de edad, todos de ojos orientales y cabellos negros como el azabache. Cogiéndose lo más fuerte que podían a las faldas de las cuatro jóvenes que los acompañaban, entraron apresuradamente en el edificio con aire desconcertado y aprensivo. Sólo cincuenta horas antes, se encontraban aún en Seúl, Corea del Sur.
Cuando, cruzaron hall, se dirigieron rápidamente hacia la cercana oficina de la policía, una repentina oleada de emoción sacudió a un grupo de unos cuarenta hombres y mujeres que esperaban con los brazos cargados de mantas y golosinas. Estas personas fueron pasando por parejas a la oficina de policía del aeropuerto. Momentos después, cada pareja salía con un pequeño. A juzgar por sus gozosas expresiones y la ternura con que abrazaban y apretaban contra el pecho aquellas cabecitas obscuras, cualquiera habría supuesto que se trataba de una reunión familiar largamente esperada.
Pero no era nada de eso; ninguno de esos matrimonios belgas había visto antes al niño que esperaban con tanta impaciencia. Los veinte pequeños surcoreanos eran huérfanos a quienes habían adoptado sin verlos las familias belgas que allí los recibían.
Apenas pasa una semana en el aeropuerto Zaventem sin que se desarrolle una escena semejante. En los últimos cuatro años, Bélgica, uno de los países más pequeños de Europa, ha recibido en sus hogares a más de un millar de huérfanos, más que Alemania Occidental, Italia y Francia juntas. Todos los niños proceden de países desesperadamente pobres (India, Vietnam, Corea del Sur), donde veían amenazadas constantemente sus existencias por las enfermedades, el hambre y la guerra.
Este historial tan extraordinariamente caritativo es obra de una asociación absolutamente no partidista ni confesional, denominada ¨ TERRE DES HOMMES: BELGIQUE¨ (¨TIERRA DE LOS HOMBRES: BÉLGICA¨), FUNDADA EN BRUSELAS POR ROSY Y RENÉ BORN. La familia de ROSY es oriunda del Líbano, y su marido nació en Suiza, pero ambos han adoptado una nueva patria, una tierra trágicamente vasta de fronteras vagamente señaladas; Cualquier país en el que la muerte se la constante compañera de un niño.
NACE UN SUEÑO. Todo comenzó hace unos veinte años. Al no poder tener descendencia propia, el matrimonio BORN decidió adoptar un niño en 1950, RENÉ BORN era entonces director gerente de una importante compañía de seguros. Rosy, antigua enfermera, reunía todas las cualidades y aptitudes que se espera siempre encontrar en una madre. Jamás se les ocurrió que tropezarían con dificultad alguna para adoptar un niño.
Pero la desilusión llegó pronto. Su primera tentativa dio lugar a una abrumadora procesión de esfuerzos infructuosos, retrasos agotadores, humillantes repulsas en varios países europeos. La aparentemente interminable serie de fracasos indignó a ROSY Y RENÉ, pero no logró enfriar su entusiasmo. Puesto que nadie estaba dispuesto a confiarles una sola vida infantil, decidieron consagrar todo su tiempo disponible a ayudar a tantos niños como les fuera posible de aquellos que vivían expuestos a la muerte por inanición. Así, a principios de 1961, en Bruselas, donde vivían entonces, fundaron ¨TERRE DES HOMMES: BELGIQUE¨. Su propósito declarado era el de buscar fondos y auxiliares voluntarios para ayudar a los niños que vivían en países subdesarrollados.
Luego, a finales de la primavera de 1961, una simple carta amplió los objetivos de la organización. Una monja amiga de ROSY, que entonces de hallaba en la India, le escribió hablándole de la terrible miseria de los pequeños asilados de un orfanato de Bombay. En la carta incluía una fotografía de dos niñas de unos veinte meses encontradas vagando por la calle. ¨Para nosotros, la carta llegó¨, declara la señora Born. ¨como llovida del cielo. Pensamos que, por fin, nuestro sueño de adoptar un niño podría estar a punto de hacerse realidad¨.
La noche del 14 de octubre de 1961, al pie de la escala de desembarco de un boeing 707, ROSY y RENÉ abrieron los brazos para recoger en ellos a YASMINA y SANDRA, las hijas que recibían del otro confín del mundo. Millones de familias belgas contemplaron la escena por televisión. Y, durante la semana siguiente, llovieron sobre la casa de los BORN docenas de cartas. Todas ellas, con palabras distintas, hacían la misma pregunta: ¨También nosotros hemos intentado en vano proporcionar la felicidad a una criatura huérfana. ¿Pueden ustedes ayudarnos?¨
AMOR PARA LOS QUE NO LO TIENEN. Por haberse estrellado ellos mismos con tanta frecuencia con obstáculos oficiales, los BORN decidieron hacer cuanto pudieran, a pesar de leyes y fronteras nacionales, por unir a los niños carentes de amor con matrimonios ansiosos de dárselo. ¨TERRE DES HOMMES¨ estableció un servicio de adopción a principios de 1962. Al año siguiente, RENÉ pasó sus vacaciones recorriendo Asia y visitando unos quince orfanatos católicos, protestantes y budistas del Vietnam y de la India. La miseria que halló en todas partes era desgarradora; de dos mil a tres mil niños se aglomeraban en insalubres locales, cuidados por personas que trataban de suplir con devoción lo que les faltaba en número, medios y capacidad.
Sin embargo, tan pronto como planteó el tema de la adopción, BORN tropezó en Asia con los mismos argumentos y papeleo que ya había padecido en Europa. Pero gracias a sus extensas relaciones entre el personal de las embajadas belgas, el embajador de ¨TERRE DES HOMMES¨ obtuvo acceso a influyentes círculos de Saigón y Bombay. Logró persuadir a cierto número de orfanatos a prestar benévola atención a unas cuantas solicitudes de adopción. Y, en un espacio de tiempo relativamente breve, el ritmo de las adopciones comenzó a aumentar con celeridad. A partir de 1967, el número creció considerablemente; hasta 250 en el año 1971.
¨TERRE DES HOMMES: BELGIQUE¨ tiene ahora oficinas propias; tres pequeñas pero alegres habitaciones en la AVENIDA PAUL DESCHANEL, donde se reciben anualmente unas doscientas mil solicitudes de adopción. Artículos de periódicos y revistas, reportajes de televisión y una serie de llamamientos públicos han movilizado un equipo de diez auxiliares voluntarios para los BORN.
SELECCIÓN DE LOS PADRES. Cada solicitud requiere un trabajo considerable. Ante todo, hay que asegurarse de que los candidatos reúnen todas las condiciones que prescribe la ley belga; un miembro del matrimonio debe tener por lo menos treinta años de edad, y la pareja debe llevar casada un mínimo de cinco años.
El personal de ¨TERRE DES HOMMES¨ establece siempre contacto directo con las familias. Algunas de las ayudantes de ROSY BORN, que efectúan las investigaciones de la situación de los matrimonios solicitantes, son ellas mismas madres adoptivas. Son absolutamente indiferentes a los credos políticos y religiosos y hasta al nivel cultural de los candidatos. Para valorar una valoración precisa de un ambiente familiar, realizan frecuentes visitas inesperadas, aceptan invitaciones a comer, charlan con los hijos de la familia cuando los hay, y entrevistan a los abuelos e incluso a los tíos.
Por su parte, las familias elegidas por la asociación están generalmente decididas a no dejar que nada se interponga en el camino del logro de sus aspiraciones. Esto incluye los gastos, que no son, ni mucho menos, insignificantes. Por ejemplo; el pasaje aéreo (18.100 francos belgas unas veintisiete mil pesetas_de Seúl a Bruselas) y los gastos legales y médicos, lo cual asciende a un total de unos 32.000 francos belgas (47.000 pesetas aproximadamente). Esta clase de desembolso representa normalmente un verdsadero sacrificio, puesto que los aspirantes son, en su inmensa mayoría, familias de ingresos no muy elevados. La familia O., de Charleroi marido y mujer son empleados de banca_, ha tenido que renunciar a sus vacaciones el año pasado para pagar los gastos de LYI, SU PEQUEÑA COREANA. Los dos hijos, de once y quince años, de la familia G., de Mons, sugirieron que se retrasara un año la pintura de su habitación ¨para pagar el viaje de la hermanita¨ que esperaban.
La tortura más grande para los padres adoptivos es la espera. Pueden transcurrir largos meses entre la aprobación de una solicitud y la llegada a Bélgica de la criatura. La primera impresión que tienen del huérfano es una fotografía que les da la asistente que ha realizado la investigación de su situación económica y demás circunstancias. Todas las madres que han tenido esa experiencia me han confesado que ¨es un momento de inolvidable gozo¨. La fotografía, con su marco, se coloca en el aparador del comedor; y a veces se hacen copias para repartirlas entre los demás miembros de la familia.
Pero la alegría cede pronto a la ansiedad; todos empiezan a experimentar una terrible sensación de amor frustrado, de impotencia, que sólo pueden describir aquellos que han pasado por dicho trance. ¨Cuando una madre lleva un hijo en su seno, sabe que nadie se lo puede arrebatar¨, explica Marie Thérese Dauphin, esposa de un químico y madre de tres hijos propios. ¨Pero ¿cómo asegurar la vida de ese otro hijo que ya ama y que todavía está tan lejos? Recuerdo que, todas las mañanas, cuando preparaba el desayuno de mis niños antes de que se fueran al colegio, pensaba en KIM (que seguramente estaría padeciendo hambre) y lloraba de rabia por mi imposibilidad de acudir en su socorro¨.
AYUDA REPARADORA. La mayor aventura de todas empieza cuando el huérfano llega a su nuevo hogar. Aun a los tres o cuatro años de edad, un viaje en avión no basta para borrar de su mente los recuerdos del pasado. Después de tantas miserias y penalidades, todos estos pequeños se han de enfrentar aún a un largo y difícil período de aprendizaje de la felicidad.
En primer lugar, la mayoría de ellos llegan en un lamentable estado físico. El doctor ANDRÉ LIBIÓN, PEDIATRA DE BRUSELAS, DICE QUE ¨EL PESO DE LA MAYORÍA DE LOS NIÑOS QUE YO HE EXAMINADO ERA ENTRE UN VEINTE Y UN VEINTICINCO POR CIENTO INFERIOR AL NORMAL¨. Debido a su mala alimentación y que ni siquiera es abundante_, padecen todos trastornos digestivos y síntomas de RAQUITISMO: estómagos hinchados, costillas deformadas, apreciable grosor de los huesos de la muñeca.
El día de Navidad, veinticuatro horas después de su llegada de Seúl, LEILA, de tres años de edad, fue llevada presurosamente a un hospital con una seria dolencia intestinal.
¨Tuvimos que obligarla a quedarse en el hospital Saint-Pierre¨, nos dice Louise Opdebeech. ¨Se aferraba a mí con toda su fuerza. Jamás olvidaré la mirada que tenía en los ojos; decía con más claridad que con cualquier palabra; ´¡También tú me abandonas!´´´
LEILA pasó tres semanas en el hospital. Todos los días sin falta, la hora del almuerzo la pasaba Pierre Opdebeeck a los pies de su cama; cuando tenía que marcharse era relevado por su esposa, que se quedaba en el hospital hasta las ocho de la noche. Durante las dos semanas siguientes de convalecencia en casa, no dejaron sola a la niña un instante. Con esta clase de vigilancia y amor, todas las familias que han adoptado niños de ¨Terre des Hommes¨ han conseguido devolverles la salud en el término de un año después de su llegada.
Labor aún más ardua, sin embargo, es hacerle olvidar la conmoción psicológica y la impresión de falta de cariño, que son el fruto que estos huérfanos han sacado de la miseria y la guerra. En el hogar de los R., JAIPAL, niño indio de cuatro años, se negaba a dormir solo. Sin rabietas, sin llantinas; únicamente ofrecía una suave y resignada resistencia. Se levantaba silenciosamente en medio de la noche y se deslizaba como una sombra en la alcoba de sus nuevos padres. Allí se acurrucaba al pie de la cama como un animalito. Una, dos, diez veces, su madre lo cogía tiernamente en brazos, meciéndole amorosamente hasta que se dormía y volvía a ponerlo en la cuna. Se necesitaron meses de inagotable perseverancia, de caricias para librar a Jaipal de su terror a la noche.
Los padres que adoptan niños de otra raza encuentran un problema particularmente delicado; ¿deben ocultar a estas criaturas ¨la verdad¨ de por qué, a diferencia de la mayoría de los niños adoptados, son físicamente distintos de sus padres? Para evitar que sus niños sufran irremediablemente el daño de revelaciones repentinas e inesperadas, todos los padres de ¨Terre des Hommes¨ les ha dicho la verdad con las más tiernas y dulces palabras que eran capaces de pronunciar. Y esa verdad siempre ha sido bien recibida. ¨Precisamente por lo bueno que yo era es por lo que mamá me escogió¨, dice NGUYEN, de seis años, que incluso aprovecha esto como pretexto para imponerse a sus hermanos mayores. MI-HEE, de siete años, anuncia frecuentemente a su madre el delicioso compendio que ella misma se ha hecho de su situación, diciendo; ¨¿YO? ¡Yo no he nacido en ningún hospital! Salí de tu barriga en Zaventem¨.
Todos estos esfuerzos y paciencia han producido un abundante fruto. Viajando por Bélgica, he podido calibrar cuán grande es la misión de salvamento realizada por docenas de familias, que están mostrando generosidad que debiera servir de ejemplo para todas las naciones ricas del mundo.
Siempre que he expresado mi admiración por ellas, me conmovió la similitud de las respuestas. Porque todos creen que han recibido infinitamente más de lo que han dado.

POR VIRGINIE HENBY

jueves, 29 de enero de 2015

LEYENDA DE LA VÍBORA.



Ya es hora de saber toda la verdad
  sobre este reptil tan temido


Una fría mañana de diciembre, dos de los albañiles que trabajaban en la construcción de una casa en las afueras de Segovia descubrieron, en un agujero tapado con una piedra, una veintena de víboras entrelazadas. Los obreros, tras el susto inicial, avisaron a sus compañeros, y todos las observaron con curiosidad durante algunos instantes. De repente, uno de ellos empezó a golpearlas con un palo; los demás no tardaron en imitarlo. En pocos minutos, todas la víboras habían muerto.
Cada año mueren en España miles de estos reptiles, víctimas del miedo, la aversión a los prejuicios del hombre hacia las serpientes. Se considera que la víbora, a causa de su lengua bífida y del sibilante sonido que produce, de sus movimientos imprevisibles, de la ¨ desagradable viscosidad ¨ de su piel y de sus mortales colmillos, es un peligroso enemigo que debe ser aniquilado antes de que, a su vez, tenga ocasión de matar.
Este dudoso punto de vista resulta un tanto vergonzoso, porque las víboras pueden ser aunque muy pocas personas lo saben_un útil aliado del hombre. Por ejemplo, este reptil, sólo a veces dañino, juega un papel destacado en el delicado equilibrio ecológico. Según don Alfredo Salvador, conocido herpetólogo y miembro del Departamento de Zoología de la Universidad Complutense, ¨ como su alimentación se basa en gran medida en los ratones, la disminución del número de víboras podría provocar un aumento considerable de la población roedora, lo que acarrearía graves consecuencias, sobre todo en el campo, donde estos animales causan graves destrozos en las cosechas ¨ .
Además, la víbora se ha convertido en colaboradora del hombre en otro terreno; la medicina. Si bien es cierto que su ponzoña es un peligroso veneno para la sangre y el sistema nervioso, estos riesgos quedan compensados por los beneficios que aporta a muchos enfermos. Hace ya tiempo que químicos y farmacológicos conocen sus propiedades curativas y utilizan esta ponzoña en medicamentos contra las enfermedades reumáticas, las convulsiones y los trastornos circulatorios.
¨ Frecuentemente, el motivo de la injusta aversión que la gente siente hacia los reptiles es la superstición ¨ , afirma don Ramón Madariaga, director de relaciones públicas de ADENA ( Asociación para la Defensa de la Naturaleza ). La víbora no es tan peligrosa como se cree, y, sin embargo, su mismo nombre se usa peyorativamente.´ Eres una víbora ´, se dice a menudo, con lo cual el animal carga con culpas no sólo suyas, sino también del hombre ¨ .
En España hay tres clases de víboras. La Vipera berus, que puede alcanzar los ochenta centímetros, se encuentra, pero apenas se ve, en el norte ( Galicia, costas cántabra y Vascongadas ).
La Vipera aspis, o áspid, que vive en la cordillera Ibérica y en los Pirineos, mide unos 65 centímetros y resulta quizá la más temible, ya que su picadura es la más mortífera de todas las víboras; es bien conocida por haber sido el instrumento con que Cleopatra se suicidó.
La Vipera latasti es la más típicamente española. Se encuentra por toda la península, excepto en los Pirineos y la cordillera cantábrica. De menor tamaño que sus compañeras ( Unos sesenta centímetros ), se reconoce fácilmente por su prominente hocico.
Aunque la gente considera a las víboras agresivas y rápidas como un rayo, de hecho todas son extremadamente tímidas y huyen al menor signo de peligro. Además, son sordas, sólo pueden ver los objetos que se mueven y no se desplazan más velozmente que un hombre andando a paso normal. Dice don Eduardo Vicente Aparicio, en un artículo titulado ¨ Serpientes ¨ , publicado en Vida Silvestre ( revista del Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza ): ¨ Las personas que eligen un lugar en ruinas para descansar y, tras reponer fuerzas, curiosean su recinto, deben mover previamente las piedras o árboles caídos con un bastón o una rama para que los reptiles que pudiera haber huyan a sus refugios, pues son asustadizos por naturaleza y prefieren esconderse ¨ .
El color básico de las víboras españolas es muy variable, entre marrón y pardo_excepto el de la aspis; rojizo obscuro_con una raya negra en zigzag sobre el lomo. Sin embargo, parece ser que hay muchas variantes, aunque en nuestro país aún no se han estudiado a fondo. En general, la víbora toma el color dominante de su medio. No es raro encontrar víboras berus melánicas o albinas.
La víbora es fácilmente identificable por su cola_mucho menor que la de los demás reptiles_y por su pupila. Mientras todas las demás serpientes españolas tienen las pupilas redondas, las de la víbora son hendiduras elipsoides verticales, muy dilatables, semejantes a las de los gatos, propias de un animal que hace vida nocturna.
Explica el doctor don Luis Blas Aritio, biólogo del ICONA y director de la revista Vida Silvestre:
¨ Para diferenciar con seguridad una víbora de una culebra en plena naturaleza, un buen método consite en apretar la cabeza del ofidio contra el suelo con ayuda de un palo ahorquillado. Una vez así sujeta, podemos observar con detenimiento y sin peligro el tamaño de las placas de la cabeza. En las culebras, entre el ojo y la mandíbula superior existe una sola fila de placas, mientras que en las víboras hay dos o más filas de placas¨.
La distancia máxima a la que una víbora enrollada puede atacar es de unos veinte centímetros. Normalmente, la serpiente se desliza sobre la tierra mediante una rítmica ondulación de sus numerosas costillas, que, unidas con mucha flexibilidad a la columna vertebral, aparecen en todo el cuerpo del reptil, de la cabeza a la cola. Los ofidios necesitan una superficie rugosa para emplear este sistema de locomoción. Se han dado casos en que las víboras perecieron en hoyos formados en arena fina, ya que son incapaces de conseguir la tracción necesaria sobre un suelo resbaladizo.
Es excelente cazadora, y en esta cualidad reside parte del valor que tiene para el hombre. Su principal alimento son los ratones y otros pequeños roedores, así como lagartijas. La berus, además se alimenta ocasionalmente de ranas y aves menores. Para su aprovisionamiento, la víbora utiliza principalmente su sentido olfativo, que está muy desarrollado. Mediante su lengua bífida y ondulante selecciona un olor a un órgano muy sensible que se encuentra en el paladar. Incluso en la más obscura de las madrigueras subterráneas, la víbora puede conseguir el alimento necesario.
La primera víbora que encuentra un ratón suele ser también la última. Cuando el reptil está en su posición típica de ataque, formando una ese, no hay escape posible para la víctima. Con las mandíbulas completamente abiertas, proyecta hacia delante la parte superior de su cuerpo y hunde los colmillos _ a través de los cuales inyecta el veneno contenido en unas bolsas situadas detrás de los ojos_en la presa. En pocos minutos, el ratón está muerto.
A continuación, la víbora debe trabajar duramente. Palpa con su lengua la cabeza de la víctima, que es la parte que puede asir con más facilidad con sus afilados dientes. Envuelve con sus mandíbulas el cuerpo de su presa y se la traga. Su garganta es tan dilatable que le permite ingerir presas mucho mayores que su propia cabeza.
El profesor don Santiago Castroviejo capturó en una ocasión una víbora que tenía un enorme bulto en la mitad superior de su cuerpo. Al sentirse atrapado, el reptil devolvió espontáneamente tres pequeños ratones enteros. El peso de las presas excedía en algunos gramos al del ofidio.
La víbora es un animal de sangre fría y pierde su movilidad cuando la temperatura ambiente es inferior a unos tres grados centígrados. Por tanto, a finales de otoño las serpientes entran en hibernación, y pasan los meses de invierno en grietas profundas o madrigueras abandonadas. Los primeros días cálidos de la primavera, cuando las nieves ya se han fundido, vuelven a la superficie. El apareamiento se convierte entonces en una necesidad primordial, más aún que el alimento.
Sin embargo, antes de que se realice la ceremonia nupcial, los machos deben entregarse a una especie de danza o lucha ritual en la que se disputan la hembra. Elevan la parte superior del cuerpo, y los luchadores se empujan mutuamente durante varios minutos formando un corro; el llamado nudo de víboras. Evitan utilizar los colmillos como armas, y se golpean entre sí hasta que el más débil emprende la huida. Entonces, el vencedor se aproxima a la hembra silbando, deslizándose cinco o seis veces a lo largo de todo su cuerpo. Súbitamente, los cuerpos se entrelazan y se produce el apareamiento.
Unos cuatro meses después surgen del cuerpo de la madre de cuatro a veinte crías, que silban ante todo lo que ven a su alrededor. Sus pequeños colmillos están ya muy desarrollados y son completamente autónomas desde el mismo momento en que nacen.
Las víboras recién nacidas miden de catorce a veintitrés centímetros y crecerán durante toda su vida. Alcanzan una longitud media de cincuenta a sesenta centímetros; en raros casos, de ochenta. Pueden vivir hasta veinticinco años. Su escamosa piel sólo crece mientras permanece fresca y elástica. Y, en contra de lo que se cree, no es viscosa y resbaladiza, sino seca y suave al tacto. Una víbora joven cambia de piel cada dos o tres semanas. Una más vieja, dos o tres veces al año.
Cuando llega la época de la primera hibernación, las crías nacidas ese año han sido diezmadas por muchos enemigos naturales. Las águilas culebreras y las aves rapaces nocturnas les conceden poca clemencia, pero también son devoradas _ tanto las crías como las adultas_ por el erizo, el jabalí, la mangosta española o ¨ meloncillo ¨ y, aunque no se sabe con certeza, por la gran culebra bastarda.
Pero el principal enemigo de la víbora es el hombre. La mayoría de nosotros matará a la asustadiza criatura nada más verla, en vez de permitirle escapar. Don Eduardo Vicente Aparicio afirma: ¨ La víbora sólo muerde al hombre para defenderse cuando no tiene otra alternativa ¨ . Por su parte, don Alfredo Salvador dice: ¨ Siempre que una víbora ataca es porque ha sido molestada previamente. Si no se la pisa o se la hace algún daño, el reptil huirá en cuanto detecte la presencia del hombre ¨ .
Aunque la picadura de la víbora es peligrosa y causa mucho dolor, rara vez resulta mortal. Los niños son los mñas sensibles a dicha picadura, ya que tienen menos defensas biológicas que oponerle. Sin embargo, como afirma don Ramón Madariaga, ¨ el número de niños que mueren a causa de picaduras de víboras es sensiblemente menor que el de los que perecen por mordeduras de cerdos o ratas ¨ .
Los técnicos coinciden que si se sufre una picadura de víbora, el mejor tratamiento es aplicarse un torniquete sobre la herida ( no muy rígido, para evitar que entorpezca la circulación y cauce la gangrena ), hacer una incisión próxima a la herida, para extraer la sangre envenenada, y conseguir rápidamente atención médica. Pero no se debe succionar la herida con los labios, hacer movimientos bruscos o andar de prisa, ni beber alcohol,si bien es recomendable una taza de café puro y fuerte.
En Galicia también tuve la suerte de encontrar personas amigas de los reptiles. En su casa familiar de Tirán ( Pontevedra ), el escritor don José María Castroviejo ha tenido siempre numerosos animales de las más distintas especies; entre ellos, lobos, azores y serpientes. Esta afición a fomentado el interés de sus hijos por la naturaleza. Nunca olvidaré lo que me ocurrió hace ya algún tiempo, cuando paseaba con uno de éstos por el campo. De pronto, encontramos una víbora tomando el sol sobre una piedra. Mi primer movimiento fue de alarma; pero el niño, de unos diez años, inmovilizó al reptil contra el suelo, apretándolo por detrás de la cabeza con un bastón, por donde luego lo cogió con cuidado. ¨ No te asustes ¨, me dijo; ¨ no te hará ningún daño. La guardaré para estudiarla. Todos los animales son nuestros amigos sabiendo tratarlos, y debemos conocerlos ¨.

POR JACOBO G. BLANCO-CICERÓN

UNA CERVEZA DE FRESA Y TRES APRETONES, POR FAVOR.


A mi madre le encantaba la cerveza de fresa. Para mí era un momento muy emocionante pasar a verla y sorprenderla con su refresco favorito.
En su últimos años, papá y mamá vivían en un centro para jubilados. Debido en parte a la tensión provocada por el síndrome de Alzheimer que padecía mamá, papá enfermo y ya no pudo cuidar de ella. Residían en habitaciones separadas, pero estaban más unidos que nunca. Se querían muchísimo. Cogidos de la mano, los dos enamorados de cabellos plateados paseaban por los pasillos, visitaban a sus amistades, transmitían amor. Eran los ¨románticos¨ del centro de jubilados.
Cuando me di cuenta que el estado de mi madre empeoraba, le escribí una carta de agradecimiento. Le dije lo mucho que la quería. Me disculpé por mi tozudez en los años de crecimiento. Le dije que era una madre estupenda y que estaba orgulloso de ser su hijo. Le conté cosas que había deseado expresarle durante muchos años, pero había sido demasiado terco para decírselas hasta que caí en la cuenta de que ella ya no podría comprender el amor subyacente a las palabras. Fue una extensa carta de amor y de despedida. Papá me dijo que ella solía pasar horas y horas leyendo y releyendo esa carta.
Me entristecía ver que mamá ya no sabía que yo era su hijo. Preguntaba a menudo: ¨ ¿Cómo has dicho que te llamas?¨, y yo respondía con orgullo que me llamaba Larry y que era su hijo. Ella sonreía y me tomaba la mano. Me gustaría poder experimentar otra vez ese contacto tan especial.
Con ocasión de una de mis visitas, pasé por la licorería del barrio y compré una cerveza de fresa para mi madre y otra para mi padre. Fui primero a la habitación de ella, volví a presentarme, charlamos unos minutos y luego lleve la otra cerveza de fresa a la habitación de papá.
Para cuando regresé, mamá casi se había terminado la cerveza. Se había acostado en la cama para descansar. Estaba despierta. Los dos sonreímos cuando me vió entrar en la habitación.
Sin mediar palabra, acerqué una silla a la cama y me incliné para cogerle la mano. Fue un contacto divino. Yo afirmaba calladamente mi amor por ella. En ese silencio, podía notar la magia de nuestro amor incondicional, aunque sabía que ella no era consciente de quién le cogía la mano. ¿O acaso era ella quien cogía mi mano?
Al cabo de unos diez minutos, sentí en mi mano un suave apretón..., tres apretones. Fueron breves, y al instante supe qué me decía sin necesidad de oír palabra alguna.
El prodigio del amor incondicional es alimentado por el poder del Divino y por nuestra imaginación.
¡No podía creerlo! Si bien ella ya no podía expresar sus pensamientos más íntimos como antes, no había necesidad de palabras. Era como si volviera por un breve momento.
Hace muchos años, cuando papá y mamá eran novios, ella había inventado esta manera especial de decir a mi padre: ¨¡Te quiero!¨ cuando asistían a misa. Él le devolvía dos suaves apretones para decir: ¨¡Yo también!¨.
Di dos suaves apretones a su mano. Ella volvió la cabeza y me dedicó una afectuosa sonrisa que jamás olvidaré. Su semblante irradiaba amor.
Recordé sus expresiones de amor incondicional hacia mi padre, nuestra familia y sus incontables amigos. Su amor sigue influyendo profundamente en mi vida.
Transcurrieron ocho o diez minutos más. No hubo palabras.
De repente, se volvió hacia mí y pronunció pausadamente estas palabras:
_Es importante tener a alguien que te quiera.
Lloré. Eran lágrimas de alegría. Le di un cálido y tierno abrazo, le dije lo mucho que la quería y me marché.
Mi madre nos dejó poco tiempo después.
Aquel día se dijeron muy pocas palabras; las que pronunció ella fueron palabras de oro. Siempre guardaré en mi memoria aquellos momentos tan especiales.

LARRY JAMES.

LA TRILOGIA COSMICA DEL ÉXITO.


El número tres ha sido considerado mágico desde tiempos muy remotos. Y es así como el Triángulo (3 líneas y 3 ángulos) se ha tenido como una figura de poder magnético. Las pirámides tienen cuatro lados, cada uno en forma triangular y ésto le da mayor poder, por completar el numero siete, también mágico; además de otras caracteristicas que las hacen captadoras de energía.

Los griegos llamaron ¨Trilogía¨a una representación dramática de tres partes. Los libros sagrados nos hablan del número tres, como especial y sagrado: Tres Divinas Personas: Padre, Hijo y Espíritu. Tres virtudes cristianas: Fe, Voluntad y Amor.El ser Humano está dividido en tres partes: Espíritu, Mente y Cuerpo. Y así sucesivamente.
La TRILOGIA DEL PODER COSMICO. Es una colección de tres libros: ¨ EL LIBRO MAS UTIL DEL MUNDO: LA CIENCIA DEL VIVIR¨,¨METAFISICA PRACTICA PARA LOGRAR SALUD-AFECTO-PROGRESO¨y ¨ LA BUENA SUERTE A SU ALCANCE¨, que tienen la virtud, de transformar la existencia de quienes los leen y asimilan sus enseñanzas. Son libros considerados mágicos, debido a que todo en ellos se esotérico: Su número de páginas, los colores y dimensiones, también sus mensajes, llenos de poder, Revelaciones de los Grandes Maestros, Seres Ascendidosa otras dimensiones los cuales capté en éxtasis meditativo: Al asimilar estos mensajes de amor, fe y voluntad el ser humano se siente otra persona, cambiando su vida en forma favorable, según han podido comprobarlo millares de personas que me escriben de todas partes del mundo. Ahora pongo en consideración de mis lectores el libro que tienes en tus manos ¨ HORIZONTES DE ESPERANZA¨, el cual te dará poder y energía mental para lograr el éxito deseado.

LA ESPERANZA ¨UNA GRAN AMIGA¨

Las Sagradas Escrituras califican a la ESPERANZA como una de las tres Grandes Virtudes Cristianas. La coloca al lado de la FE y del AMOR, ya que es de extraordinaria importancia para la vida de los seres humanos. Pudiera decirse que el que tiene fe tiene también Esperanza y lo mismo se aplica al Amor. El que ama tiene muchas esperanzas de que su amor dé un buen fruto. Las tres forman el Trípode fundamental de una existencia llena de felicidad.

Algunos imaginan que la Esperanza no es una virtud, porque indican que el que espera desespera y no actúa, sino que permanece quieto, en forma pasiva, esperando y pensando que vendrá la solución sin tener que actuar. Pero esto no es así. La Esperanza Cristiana es una actitud dinámica, positiva y creativa.

Quienes tienen Esperanza, creen que con su diligencia y acción, están haciendo posible que sus deseos se cumplan, que sus aspiraciones se realicen. La esperanza es la hermana del Amor y de la Fe; San Pablo afirmó que la Fe sin acción está muerta, no sirve. Y el Amor, sin actos que lo demuestren no es un amor verdadero, sino palabrería.

JOSE FARID H.

miércoles, 28 de enero de 2015

EL ABRAZO DOSCIENTOS.


El amor cura a las personas, tanto a las que lo dan como a las que lo reciben.


Doctor Karl Menninger


Mi padre tenía la piel amarillenta mientras permanecía conectado a monitores y tubos intravenosos en la unidad de cuidados intensivos del hospital. Siendo en condiciones normales un hombre corpulento, había perdido más de 15 kilos de peso.
La enfermedad de mi padre había sido diagnosticada como cáncer de páncreas, una de las formas más malignas de esta dolencia. Los médicos hacían cuanto podían, pero nos dijeron que sólo le quedaban entre tres y seis meses de vida. El cáncer de páncreas no puede tratarse con radioterapia ni quimioterapia, de modo que había muy pocas esperanzas.
Unos días más tarde, cuando mi padre estaba sentado en la cama, me acerqué a él y le dije:
_Papá, siento mucho lo que te ha pasado. Me ha ayudado a pensar en lo distante que me he mostrado contigo y a comprobar lo mucho que te quiero.
Me incliné para abrazarle, pero sus hombros y brazos se tensaron.
_Vamos, papá, déjame darte un abrazo.
Por un momento, él pareció desconcertado. Las demostraciones de afecto no se prodigaban mucho en nuestra relación. Le pedí que se irguiera un poco más para poder estrecharle entre mis brazos. Entonces volví a intentarlo. Esta vez, sin embargo, él se puso tadavía más tenso. Pude sentir cómo empezaba a acumularse el viejo rencor, y pensé: ¨Esto no me hace ninguna falta. Si quieres morir y dejarme con la misma frialdad de siempre, adelante¨.
Durante años, yo había utilizado cada muestra de resistencia y rigidez por parte de él para culparle, para guardarle rencor y para decirme a mí mismo: ¨¿Lo ves?, no le importa nada¨. Esta vez, en cambio, lo pensé dos veces y comprendí que el abrazo nos beneficiaría tanto a mí como a mi padre. Quería expresarle cuánto me importaba, por difícil que le resultara dejarme llegar hasta él.
Mi padre había sido siempre muy germánico y muy dado al deber; en su infancia, sus padres debieron de enseñarle a reprimir sus sentimientos para portarse como un hombre.
Renunciando a mi prolongado deseo de culparle por la distancia que mediaba entre nosotros, yo afrontaba el desafío de darle más amor. Le dije:
_Vamos, papá, rodéame con tus brazos.
Me acerqué más a él, al borde de la cama, con sus brazos en torno a mí.
_Ahora aprieta. Eso es. Otra vez, aprieta. ¡Muy bien!
En cierto modo, estaba enseñando a mi padre cómo se abraza, y, cuando él me estrechó, ocurrió algo. Por un instante, una sensación de ¨te quiero¨borboteó entre los dos. Durante años, nuestro saludo había sido un frío y formal apretón de manos que decía: ¨Hola, ¿cómo estás?¨. Ahora, tanto él como yo esperábamos que esa momentánea proximidad volviera a producirse. No obstante, en el momento justo en que él empezaba a gozar de las sensaciones de afecto, algo se tensó en la parte superior de su torso y nuestro abrazo se hizo torpe y extraño.
Pasaron varios meses hasta que su rigidez cedió y él fue capaz de dejar que las emociones internas se transmitieran a través de sus brazos para estrecharme.
Me tocó en suerte ser el emisor de múltiples abrazos hasta que mi padre se decidió a darme uno por propia iniciativa. Yo no le culpaba, sino que le prestaba apoyo; a fin de cuentas, él estaba cambiando los hábitos de toda una vida... y eso requiere tiempo. Yo sabía que lo estábamos logrando porque cada vez nos entregábamos más afecto. Hacia el abrazo número doscientos, él dijo espontáneamente en voz alta, por primera vez que yo recordara: ¨Te quiero¨.
HAROLD H. BLOOMFIELD

martes, 27 de enero de 2015

EL SECRETO DE LEONARDO DA VINCI.


CAPÍTULO I

Frankfurt está atravesada por el Meno, un río que siempre lleva abundante caudal. A ambos lados de su ribera se asienta una gran cantidad de museos, los pocos alemanes que viven allí dicen que dibujan sobre su ciudad perlas situadas de tal manera que, una tras otra, terminan formando un gran collar.
Llegaron la tarde anterior, cenaron y se acostaron para estar mejor adaptados al cambio horario al día siguiente. Esta mañana hace un frío tremendo. Los dos van bien abrigados, embutidos hasta los ojos. El padre, además, lleva sombrero. Mira co frecuencia al hijo que camina a su lado, se dirigen al Stadel Museum.
Umberto Di Rossi, cuarenta y siete años, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Nueva York, aprovecha las vacaciones navideñas para llevar a su hijo al viejo continente y que no pierda las referencias de sus orígenes. Viajan hasta Italia para pasar las fiestas en casa de los abuelos maternos, pero, desde hace dos años, antes de bajar a Nápoles hacen una escala en otra ciudad europea donde pasan unos días.

El pequeño Di Rossi había levantado la curiosidad de sus padres desde muy temprana edad. Estos se miraron sorprendidos la primera vez que lo llevaron al cine. Antes de comenzar la película no paró hasta tocar el número que estaba impreso en el asiento que le quedaba delante, lo observaba pensativo, repasó repetidamente su forma con la yema de su pequeño dedo índice. Después se fijó en los que había delante de los asientos del padre, de la madre, miraba a un lado y a otro comparándolos también con el suyo, se daba cuenta de que eran distintos. A uno dirigió sus dedo entrando en contacto y recorriendo su forma como había hecho con el primero. Y comenzó la película, de dibujos animados. El pequeño, que acababa de cumplir un año y medio, permaneció quieto, pendiente de la pantalla durante toda la sesión. Sentado entre ellos no se perdía detalle, y cuando se encendieron las luces no se había olvidado, volvió a los números. Los padres le decían en voz alta cada uno de ellos cuando señalándolos, se volvía para mirarlos. Recorrió todo el pasillo con los pacientes padres. Paolo los aprendió al mismo tiempo que contestaba a la otra pregunta.
_¿Cómo es mi niño...?
_¡Aapo! _(Guapo).
Cuando paseaban por Manhattan, él, sentado en su cochecito, con una pierna recogida y recostada sobre un lateral, no paraba de observarlo todo con aquellos preciosos ojos azules que nadie sabía de dónde había sacado. Repasaba las fachadas de los rascacielos pasando la mirada de uno a otro, tranquilo y con gesto serio, parecía un viejo. De vez en cuando engurruñía los párpados como hacía también su padre, que tenía una buena dosis de miopía, y efectivamente más tarde hubo que ponerle gafas.
Fue creciendo y desde el principio se mostró maduro, sensato, educado, escuchaba a los padres cuando le hablaban, poco por lo general, no hacía falta, los tres se sentían bien solo con estar juntos.
El niño prometía que iba a ser un genio, avanzaba sin problemas pero sin llegar a destacar en clase, y es que parecía que le atraían más otras materias distintas a las que aprendía en el colegio. Siempre muy callado, se daba cuenta de que tenía un gran mundo interior, pero que se lo guardaba para él. Pocas veces preguntaba sobre algún tema, y cuando lo hacía desarrollaba sus conocimientos de forma lógica hasta llegar al punto sobre el que tenía la duda. Dibujaba siempre una línea recta en sus planteamientos, no se andaba por las ramas, partía de un punto y se dirigía hacia el otro punto que le interesaba. Su vocabulario era muy extenso, buscaba la palabra precisa para llevar a cabo esa elemental línea recta. Increíble, ni una persona mayor con un buen bagaje intelectual era capaz de hacerlo mejor y más sencillo. Y, sin embargo, los psicotécnicos daban una puntuación normal. Los padres se preocuparon, no porque esperasen que su hijo tuviese un coeficiente intelectual superior y no lo tuviera, no, lo preferían. Se preocuparon cuando, después de varias reuniones a petición del equipo de psicólogos del colegio, estos les expusieron unas dudas de las que no tenían pruebas; su hijo mentía.
_Jamás lo ha hecho, nos sorprende mucho lo que nos dicen. _Los padres estaban convencidos de que aquello no era así.
_No les estamos diciendo que le esté mintiendo a ustedes sobre unos hechos que hayan ocurrido y se los cuente de forma diferente a como sucedieron. Creemos que nos miente a nosotros, cuando hablamos con él intentando evaluarlo y en sus respuestas a los test que le hacemos.

Umberto mira una vez más a su hijo.
¨Diez años ya¨.
Y no puede recordar la cadena de acontecimientos que comenzaron muchos años antes, cuando a su vez él era un niño, de qué forma le marcaron para el resto de su vida. Se pregunta cómo puede evitar que su hijo sufra como lo hizo él.
Umberto a estas alturas de la vida conoce la respuesta; no puede.

CAPÍTULO II

El viejo autobús bajaba por la vía Toledo. Umberto, sentado junto a la ventanilla, observaba la gran cantidad de comercios que se sucedían ante sus ojos, una calle llena de vida. Llegaban al final del viaje, los pasajeros empezaron a moverse. Volvió la mirada al interior. La manga negra e la chaqueta de su madre, que iba sentada a su lado, le tapaba la visión de casi todo. Siempre iba vestida de ese color a pesar de que era muy joven, veinticinco años, porque siempre había alguien por quien guardar luto, en esta ocasión era por la abuela María.
El padre se levantó buscándolo, echando un vistazo al hijo que a su vez lo miraba desde abajo. Umberto lo vio con su bigote, alto, joven, seguro. Se abrochaba solo el botón central de los tres que llevaba la chaqueta. Él sabía por qué. El padre levantó los brazos para alcanzar la pequeña bolsa de viaje que habían dejado depositada en el portaequipaje, sobre sus cabezas, y la chaqueta se elevó lo suficiente para dejar ver la cacha negra de la pistola que siempre llevaba en el lado izquierdo de su cintura. Sabía de la importancia que tenía aquella arma para su familia. Había pasado de padre a hijo acompañada por su historia de que era un arma segura, nunca fallaba, y que les había traído suerte desde que su abuelo se hiciera con ella en la guerra de España, donde luchó como voluntario.
Del abuelo apenas recordaba ya su físico, aunque sí sus historias. Fue un ferviente católico, como toda la familia, y le impresionaron las noticias que llegaban de España donde mataban a los curas e incendiaban las iglesias. En sus años de juventud todos los universitarios italianos eran fascistas. Él no lo era, ni hijo de militar, ni estudiante. Él sólo sabía leer, escribir y las cuatro reglas. Había trabajado en el campo desde que cumplió los diez años, así que lo único que tenía el abuelo era fuerza, valor y un arrojo sin límites.
Buscaba aventura, justicia. Quería ser un condotiero. El Duce hablaba y lograba convencer a muchos jóvenes que veían a unos padres desmoralizados. La nueva Italia Imperial de los sueños de Mussolini prendió en su corazón como en el de otros setenta mil jóvenes italianos. Se embarcó en Nápoles con destino a Cádiz. Ya en tierra y uniformados en Jerez con camisa y boina negra, lo mandaron a Guadalajara, donde pronto supo lo que eran la guerra, España y los españoles.
¨Fue horroroso¨, era la frase que siempre utilizaba.
Barro, frío, nieve. No aguantaron el ataque de las Brigadas Internacionales, murieron casi todos los de su batallón.
Comentaba, riendo, que los españoles les llamaban a ellos cobardes, ¨porque cuando avanzábamos lo hacíamos de roca en roca o parapetándonos detrás de los árboles, mientras que ellos lo hacían en línea recta, al descubierto, lanzados detrás de su bandera y con un crucifijo por escudo¨.
Si su batallón capturaba algún prisionero, lo tenían que entregar a Los Nacionales en un plazo de cuarenta y ocho horas. Los fusilaban.
¨Los españoles eran de paredón fácil, los de un bando y los del otro¨.
En una ocasión atraparon a un gudari vasco. El abuelo lo desarmó del fusil y de la pistola que llevaba, una Astra 400. Contaba que era un hombre joven, valiente.
¨No demostró miedo en ningún momento, tenía estudios, se llamaba Caperochipi, que en vasco significa sombrero pequeño¨, comentaba risueño.
Su comandante sabía lo que venía después, así que, tras pensárselo mucho, le dio un uniforme italiano. Hizo de topógrafo durante toda la guerra con ellos.
¨Incluso fue condecorado con una medalla por detectar un depósito de municiones del enemigo¨.
La alegría siempre estaba en el rostro del abuelo cuando contaba las historias de la guerra de España. A aquel vasco le devolvió su fusil, pero cuando fue a entregarle la pistola, no la quiso, prefirió que se la quedara él, en agradecimiento, un recuerdo.
¨Sí, esta pistola trae suerte¨. Ahora era a su padre al que se lo seguía oyendo decir en infinidad de ocasiones mientras la limpiaba y engrasaba con esmero en su presencia. Decía que nunca se encasquillaba, una semiautomática que admitía todos los calibres de 9 mm; ¨Largo, Parabellum, Glisenti, Browning largo, e incluso el 380 ACP¨.
Y más adelante volvía a hablar del abuelo, también sobre la tierra, sobre la vida, sobre el futuro. Aquella pistola formaba parte de la familia y la necesitaba para estar sobre todo aquello, y porque tampoco creía que ¨el cincuenta y uno por ciento pueda decidir lo que quiera en contra del cuarenta y nueve por ciento restante¨.
En la Plaza del Plebiscito bajaron de aquella tartana que les traía de Frattamaggiore. La imagen de las gentes pobres contrataba con la grandiosidad de la columnata similar a la de la explanada del Vaticano. Este espacio fue mandado construir por el cuñado de Napoleón Bonaparte, Joaquín Murat, nombrado Rey de Nápoles por su Emperador como premio a la eficacia demostrada en el aplastamiento de la revuelta popular que se llevó a cabo el 2 de Mayo de 1808 en Madrid, ciudad de la era gobernador cuando ocurrió el levantamiento, y donde ordenó disparar contra la multitud, de forma indiscriminada, para continuar después con una represión brutal asaltando, violando y fusilando, sin juicio previo, a la población civil. La diferencia entre la realidad del pueblo y las ansias de poder de sus gobernantes se podía seguir contemplando allí doscientos años después de su construcción.
La madre, agitada y nerviosa, le ponía el abrigo al hijo.
¨Compra todo lo que necesites, ya podemos¨, escuchó decir al padre aquella mañana antes de salir de la casa, con una sonrisa, confiado, seguro, mirando a su madre a los ojos. Él se quedó en el Bar del Professore, cercano a la plaza, mientras que ellos continuaron calle arriba. Umberto sabía que una de las cosas que comprarían sería el queso que tanto le gustaba a su padre, Parmigiano Reggiano y Provolone Pastoso. La enormidad de aquellas piezas le dejaban boquiabierto y abstraído.
Subían la calle, la madre con el hijo cogido de la mano. En la otra, la bolsa donde guardar las compras. En Vía Toledo hay de todo.
No había transcurrido un minuto desde la última vez que miró a los ojos de su esposo.
¨¡Tac!¨. Sonó fuerte y seco. La paró. El estampido recorrió todo su cuerpo.
¨¡Tac!¨. ¡Tac!¨. Ahora dos más, seguidos, que le entraron por los oídos y se le quedaron dentro, retumbando.
Umberto los escuchó al mismo tiempo que notaba las descargas nerviosas de la mano de su madre.
Se giró llevando al hijo, volviendo sobre sus pasos lo más de prisa que pudo, le soltó la mano y comenzó a correr. El pequeño vio la falda negra de su madre que se desplegaba en todo su vuelo. La siguió a corta distancia. Cuando llegaron, la gente estaba arremolinándose. Su madre conseguía adentrarse en la barrera humana. Umberto detrás, pegado a su falda. Solo negro ante sus ojos. De pronto su madre se detuvo.
Sólo negro.
Los segundos se hicieron largos mientras él se daba cuenta de que ya no había más gente delante. Dobló la cabeza a un lado, al otro. Personas en circulo miraban absortas e indiferentes a un punto central sin expresión alguna en sus rostros. Su madre se separó de nuevo de él y entonces vió las piernas, las suelas de unos zapatos que conocía, y la falda negra acercándose al cuerpo y, por segundo, el rostro de su padre. Estaba tirado en el suelo, con la boca y los ojos abiertos, mirando hacía el cielo, pero con una expresión de no ver nada.
Su madre se había lanzado sobre su padre gritando su nombre, que también era el suyo, ¨¡¡¡Umberto!!!¨, abrazándolo, besándolo. Tirada encima del pecho de su esposo, lloraba y gritaba enloquecida. El hijo también buscó el cuerpo inmóvil, encontró su hueco sobre el vientre. Con una mano intentaba abrazar al padre y con la otra a la madre. Imposible, no podía, no abarcaba, era un niño que en esos momentos no sabía bien si lo que estaba viviendo era real, o más bien un sueño del que quería despertar, no le gustaba esa pesadilla, pensaba que era imposible que su padre estuviera muerto. Fue entonces cuando la notó debajo, entre sus cuerpos.
Deslizó la mano y allí estaba. Posiblemente no le había dado tiempo ni a tocarla, lo debían estar esperando.
Cogió la pistola y sin incorporarse la metió bajo su abrigo, pegada a la axila, apretando su brazo contra el costado. Notó el material frío, pesado, y fue cuando estuvo seguro de que lo que estaba viviendo no era un sueño.
Después de un rato alguien lo levantó, lo separó, una mujer. Primero le tapó los ojos, después lo pegó contra su falda.
De nuevo inmóvil.
Sólo negro.
Abrazado a la pistola solo pudo llorar.

CAPÍTULO III

Atrás quedaban las escalinatas y las columnas corintias del U. S, Custom House. Había pasado toda la mañana en aquel edificio rectangular de piedra gris, la antigua aduana de Nueva York hoy convertida en el National Museum of The American Indian, y ahora caminaba por los animados jardines de Battery Park hacia el embarcadero desde donde parten los ferris. La brisa del mar le refrescaba el rostro y despejaba su cara. Pasó la mano por su pelo largo peinándolo hacia atrás y se ajustó las gafas metálicas plateadas, redondas. Hizo un gesto agudizando la vista al mismo tiempo que enseñaba los dientes. Pudo ver al frente la Estatua de la Libertad.
Era mediodía. La arquitectura del muelle, los gruesos pilares, el edificio donde se vende los tichets, todo era de madera. Le hizo imaginar que podían ser muy similares a los que debieron existir en los años de aluvión de inmigrantes a los Estados Unidos, y en la antesala del puerto de Nueva York, Ellis Island, donde hicieron espera doce millones de inmigrantes entre los años 1892 y 1954.
Olía a mar. El agua, entre verde y marrón, con grandes manchas blancas de pompas flotando, marcaba su movimiento de subida y bajada en la cintura del náufrago al que tratan de salvar desde el embarcadero el resto de figuras del grupo escultórico del que forma parte. De nuevo pensó que esta debió de ser una imagen frecuente tiempo atrás.
Llegó el barco u se bajaron los turistas. A medida que lo hacían, cruzaban una sonrisa con un empleado del negocio y le entregaban unas propinas que este amontonaba en su mano estirando los billetes cuidadosamente.
Se sentó en uno de los largos bancos que había en la cubierta de popa. Hacía un magnífico día. Pronto subió el ruido de los motores empujando el casco del barco, qu iba abriéndose camino y dejando atrás una estela de espuma.
Al principio pensó que era un chico, pero algunos movimientos y después el verla de perfil le hicieron salir de la duda inicial. Se estaba fijando en la joven morena que se había levantado unas filas más adelante y que se dirigía a la barandilla lateral que bordeaba la embarcación. El cuerpo menudo y ligero, unos vaqueros caídos, camiseta de manga corta y pelo suelto con algo de melena. La chica dio un bocado a un sándwich que llevaba en la mano mientras miraba hacía Manhattan. Su cara se iluminó con una sonrisa, dio un pellizco al pan y extendió la mano fuera del barco. Una gaviota se acercó despacio planeando con sus alas extendidas, como a cámara lenta, y tomó el trozo sin temor. Casi se dejó acariciar en el aire por la mano de la chica para regocijo de muchos turistas que en ese momento ya estaban pendientes. Varios de ellos se acercaron al borde y se dispusieron a imitar a la joven. Pronto se formó una cola de gaviotas siguiendo la estela del barco, donde se había creado un ambiente de alegría generalizada.
Ella volvió a su asiento. Tenía un piercing en un lateral del labio inferior. Aún le quedaba algo del sándwich y él pensó que, como mínimo, aquel metal en su boca le debía resultar molesto a la hora de comer. Tenía el gesto vivo, alegre, y unos hoyuelos en las mejillas que le daban frescura y cierto aire de travesura al rostro. Mientras tanto, por la megafonía del barco comenzó a escucharse la historia de la Estatua de la Libertad.
La isla le pareció más grande de lo que pensaba. Paseó por sus jardines, caminó por la estrella irregular de once puntas sobre la que se asienta el pedestal, y después entró y subió por el interior de la estatua. La escalera de caracol, metálica, iba girando constantemente en una espiral hacia arriba. El espacio y el giro se estrechaban cada vez más a medida que se subía hasta llegar a la corona. Durante el tiempo que se tardaba en subir, el turista podía escuchar hablar en media docena de idiomas, también había que esperar pacientemente a que los visitantes iniciaran el descenso por el otro lado.
Arriba el espacio era muy pequeño, cogían cuatro o cinco personas a lo sumo y, cuando por fin llegó, vio a la joven de la gaviota, agazapada, mirando al exterior. Desde allí se abrían unas vistas impresionantes hacia la ciudad a través de los ventanales centrales que se ven en las fotografías. Él se puso a su lado, ella lo miró, pareció sorprenderse al verlo.
¨¡Cómo se le parece!¨, pensó ella, y después le sonrió mientras él apreciaba la luz de aquel rostro, y los hoyuelos.
_Ciao _le dijo ella alegrando aún más la cara.
_Ciao.
Esa palabra, por sencilla que parezca, tiene un acento que sólo lo pronuncian los nacidos allí.
_¿Eres italiano?
Sí le contestó con una sonrisa nerviosa e insegura_, de Nápoles.
¨¿Y cómo no te he visto antes?¨, se preguntó ella mientras fruncía el ceño y ponía sus cejas rectas.
¨Sí, parece un chico¨, pensó él.
La estaba mirando desde arriba, el pelo con raya al lado que le desaparecía cuando se le abría el flequillo, corto, recto. Parecía que iba sola. Dentro de su naturalidad, le resultaba extraña y andrógina.
_¡Yo también soy de Nápoles! _ exclamó ella mientras lo miraba a la cara, sonriendo, y el giró la cabeza para mirar la ciudad_. Parece de película estar aquí arriba _siguió comentando ella.
Él lo pensó y dijo que sí con la cabeza, sin mirarla, sin hablar.
Apenas había pasado un par de minutos y los turistas que habían llegado al mismo tiempo que él ya estaban iniciando la bajada, otros ocupaban sus lugares.
_Me voy para abajo _dijo él.
_Yo aguanto un poco más, o hasta que me echen. _Le hablaba con una sonrisa pícara mirándolo a la cara, repasando su rostro.
_Adiós.
_Hasta luego, John Lennon _escuchó ya a su espalda, y no se atrevió a volver la mirada.
Aquella joven despedía juventud, libertad, alegría adolescente. Era bastante más joven que él, a sus ojos una niña.
Y a ella le resultó increíble y fascinante conocerlo en aquel lugar tan especial, en la frente de la Estatua de la Libertad.

ANTONIO BUSTOS BAENA